yo no soy de este mundo

Últimamente acude a mí -casi como una premonición- la imagen de mi cuerpo viejo, arrugado y cansado, completamente solo y abandonado, sin quien me brinde un mísero abrazo o una palabra de aliento, sin quien piense en mí antes de dormir y al despertar, sin quien me brinde sus pensamientos más amables y sueñe con mi compañía y con cuidar gatos y plantas en una casa alejada de la hostilidad de la ciudad.

Ha de ser porque me he convencido de una cosa: las personas como yo estamos destinadas a la más desgarradora soledad; no hay para nosotras un alivio al malestar constante que nos provoca un actuar errático e impulsivo, no hay médico que pueda dar un diagnóstico certero y un tratamiento amable, no existe en el mundo técnica de respiración o meditación que sea capaz de acallar las mezquinas voces que nos atormentan, no han creado una cirugía que pueda reemplazar las partes de nosotras que ya no funcionan. Y así vamos por el mundo, un poco heridas (muy heridas, rotas, huecas, anémicas, famélicas y marchitadas), pero deseando amar y ser amadas, anhelando que nuestra sensibilidad no sea solo útil al sufrimiento de nuestros corazones, sino que también sepa dar vida a la esperanza de quedarse y vivir; si es que eso es posible.

Me temo que para mí no habrá un amoroso porvenir, he gozado de la compañía de personas maravillosas porque he sabido ocultar mis defectos o porque me he aislado en el momento perfecto, le he hecho daño a muchas otras porque siento que la tristeza es más grande que yo. Sé que esa compañía pronto acabará, cada día estoy más trastornada, soy más miedo que persona, son años luchando contra una sombra espesa que me acorrala y me ha aconsejado más de una vez que abandone a todxs antes de que me abandonen a mí, puesto que así dolerá menos; duele de todas formas, la soledad y yo nunca nos hemos llevado bien.

Me duele la existencia misma y el saber que no tengo otro final más que mi encuentro con la muerte, que me verá desnuda, anoréxica, vomitada, desangrada y llorando, se burlará de mi y sabré que estará pensando “¿Tanto tiempo huir de mí para igual terminar de esta manera? Llevo años esperándote, mi niña, llevas años buscándome, solo conmigo acaba el dolor, la tristeza y la angustia”. Y lo sé, siempre lo he sabido, y, aun así, sé que pelearé (en vano) porque tal vez no he amado ni me han amado lo suficiente o no he podido sentir la calidez de un abrazo sin sentir que la soledad, fría e inmovilizadora, me estará esperando a la vuelta de la esquina.

También lloro mucho en las noches, me arrodillo, junto mis manos y deseo fervientemente que me visite dios, diosa o el universo mismo y hable conmigo, me explique detalladamente qué hecho provocó la fatalidad en la que hoy se ha convertido mi vida emocional y por qué tengo que cargar con el peso de ser yo misma el mayor impedimento para vivir con un mínimo de bienestar, por qué tengo un cuerpo enfermo, por qué tengo un cerebro que poco sirve, por qué tengo el sistema de defensa de un pepino de mar. Y si acaso se siente tan avergonzado conmigo, o siente que mi sola existencia ya es ridícula y no vale la pena explicarme nada, me gustaría que hable conmigo y me brinde algún atisbo de tranquilidad para con mi futuro, no quiero que me prometa “éxito”, dinero, fama o algún delirio masturbatorio del ego capitalista, solo quiero ternura y amor, despertar con rayos de sol en la cara, un alma tranquila, pasos certeros, seguridad, un brazo firme del que puedan agarrarse otrxs y contar con un hombro ajeno para recostarme en los días más desoladores.

Solo quisiera terminar con esta tristeza que me convence de que para mi no hay otro porvenir. Solo quisiera poder desnudarme, cometer errores, llorar, gritar, saltar al abismo y aún así, tener la certeza de que no terminaré sola. Porque me aterra la soledad. Me aterra saber que no fui hecha para este mundo y eso terminará dejándome de lado.