Al contrario de Descartes, que planteó “Pienso, luego existo”, yo podría decir “Existo, luego pienso”. ¿Por qué? Porque, más allá de las certezas filosóficas que Descartes defendía, a veces creo que nuestra existencia precede al pensamiento. Primero estamos aca, en el mundo, simplemente siendo. Nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestras reacciones surgen antes de que empecemos a reflexionar sobre lo que somos o sobre lo que estamos viviendo.
Desde mi punto de vista, la existencia no necesita una explicación profunda para que sea real. Estar vivo es lo que nos define, sin importar si estamos pensando activamente en ello o no. Antes de preguntarnos “¿quién soy?” o “¿existo?”, ya estamos siendo parte de un universo que no se detiene a explicarnos nada.
De alguna manera, la vida es algo que ocurre antes de que pensemos en ella. El solo hecho de sentir, de experimentar lo que está a nuestro alrededor, nos demuestra que existimos. El pensamiento llega después, cuando empezamos a intentar entender y dar sentido a todo eso que ya estamos viviendo.
En este enfoque, lo importante no es si podemos o no pensar; lo crucial es que primero existimos, y esa existencia, con todos sus altibajos, es lo que nos permite pensar y preguntarnos sobre lo que somos. Sin ser, no habría nada de lo que pensar.
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