Hoy me desperté tarde, algo poco habitual en mí. Me refregué los ojos y no entendía muy bien dónde estaba ni qué día era. Algunos minutos y varios parpadeos después, fui entrando en la realidad.
Inmediatamente pensé en vos, claro, como siempre. Imaginé que ya estarías despierta, porque nunca te pasás de las nueve, incluso sin poner el despertador. De repente me invadió la ilusión de tomar mi teléfono y encontrarme con un mensaje de buenos días, cuando habitualmente era al revés.
Pero en mi celular no había ningún mensaje tuyo. No había nada debajo de mi último "buenas noches" de la noche anterior. Y peor: en ese exacto momento en el que abrí la conversación con vos, estabas en línea.
Empecé a repasar en mi cabeza tan rápido como pude nuestras últimas conversaciones buscando un indicio que pudiera explicarme ese olvido.
Tal vez tenías algo que hacer. Quizás estabas a punto de mandarme ese mensaje y tu teléfono se rompió. Puede que la aplicación de mensajería estuviera funcionando mal y, aunque indicara que te encontrabas en línea, en realidad no era así.
No me debías un saludo ni ningún tipo de mensaje, y sé que no está bien que lo esperara, pero yo jamás me habría olvidado de hacerlo. Aún con miles de cosas sucediendo a mi alrededor.
Recordé, todavía acostada, cuando un mes atrás te ofrecí mi casa para que pudieras juntarte con tus amigos del trabajo. Hasta se me ocurrió cocinarles algo para que disfrutes más y trabajes menos.
Cuando tus amigos llegaron, me saludaron sin saber bien quién era. Vos me presentaste como Juana. Juana a secas. ¿Y qué más esperaba? Si no éramos pareja, tampoco amigas. ¿Cómo ibas a presentarme?
Pero algo adentro mío no dejaba de doler, como si me agarraran fuerte del cuello y no tuviera forma de soltarme.
Saqué la carne del horno y tus amigos se mostraron extasiados. "Juana, ¡sos increíble!", "¿Cómo cocinaste tan rápido?", "¿Todo eso es para nosotros?", entre otros comentarios muy amables. Pero ninguno era tuyo.
Te estaba mirando fijamente mientras cortabas tu primer trozo de carne. Te lo metiste en la boca e intentaste con todas tus fuerzas disimular la expresión de asco, pero yo la conocía muy bien. Entre opiniones unánimes de tus amigos acerca de lo rica que estaba la comida, lo amable que había sido al prepararla y lo bien que cocinaba, me hiciste una seña para que me acercara a vos. "Esto está saladísimo. Si sabés que como sin sal, ¿por qué carajo le pusiste tanta? Sos una desconsiderada", me dijiste al oído. Me alejé sin decir nada para que pudieras continuar disfrutando del momento con tus amigos. Intenté que sus cordiales palabras me reconfortaran.
Todos me veían. Todos menos vos.
Sigo esperando ese comentario amable, ese agradecimiento por haber recibido a tus amigos y haber cocinado para ellos, ese mensaje de buenos días de esta mañana. Sigo esperando, aunque sé que si algo nace de mí no debería esperar nada a cambio. Sigo esperando aunque sé que no me debes nada. Sigo esperando porque no puedo dejar de esperar algo de vos.
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