«𝐄𝐥 𝐬𝐞𝐫 𝐡𝐮𝐦𝐚𝐧𝐨 𝐞𝐬 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐮𝐬𝐚 𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐥𝐨𝐬 𝐦𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨. 𝐒𝐨𝐦𝐨𝐬 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐩𝐫𝐨𝐩𝐢𝐨 𝐯𝐢𝐫𝐮𝐬».
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤAgustina Bazterrica
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El ritual comienza apenas regresa de Krieg. Las ocho horas diarias que pasa sacrificando cabezas a mazazos se vuelven insignificantes al lado del alboroto que causaría de no cumplir con el protocolo de la esposa. Todo debe hacerse cuidadosamente y teniendo presente que a ella le daría una crisis nerviosa de solo verlo entrar a la casa con los zapatos puestos y el paraguas aún en las manos.
Más ridículo que el ritual es ese viejo paraguas con el que finge cubrirse cada vez que se despiden en la mañana. No hay animales y no pasa nada con las aves, que son poquísimas. Ella, sin embargo, no podría entenderlo jamás. Lo llamó demente las primeras veces, cuando él quiso poner un pie fuera de la casa sin nada que le cubriera la cabeza.
Cuando las botas de gamuza por fin son olvidadas a un costado de la puerta y el paraguas es guardado en una bolsa plástica y arrojado justo a un lado, la pareja puede prepararse para almorzar. Él diría que así comienza la segunda parte de ese ritual ominoso, porque intentar hablar con ella es tan malo como llegar a casa y verla desesperarse por tenerlo todo bajo control.
—¿Estofado?
—Estofado de carne. De carne real.
—Estofado de carne...
Su cuerpo entero se tensa, pero no quiere hacerlo evidente porque ese sería un nuevo escándalo. ¿Cómo se le iba a mover un pelo si había visto cosas peores? En Krieg había de todo: desde padrillos que se montaban a las hembras de una forma tan animalesca que daba asco mirar, hasta un sistema de rieles que día tras día transportaba cadáveres que pronto estarían aptos para consumo. Pero lo peor de todo no era el padrillo, tampoco lo eran las cabezas que empezaban a asustarse antes de que llegara el golpe final porque sabían olisquear el peligro. Lo peor para él siempre había sido pasar por el galpón de las hembras preñadas y ver cómo se sumaban más a ese grupo de cuerpos a los que se les cortaban las extremidades y se los mantenía inmóviles en frías mesas de acero para que no pudieran impedir el nacimiento de nuevas crías. Las cabezas en los frigoríficos no eran como él, como su esposa o como sus compañeros de trabajo, y sin embargo sabían mucho. No hablaban y no huían, pero tenían una suerte de consciencia que llegaba a dar miedo.
—Sabés que no como carne, te lo dije un montón de veces.
El silencio incómodo es casi tan sonoro como el puño sobre la mesa que le sigue después.
—Dejate de joder, mirá que justo vos no vas a comer esto.
—Te hablo en serio, no como carne. Este tipo de carne no.
—Me tomé el trabajo de ir a ver a la frígida de Spanel. Comé, te lo pido por favor.
Él no sabe si le conviene reírse en voz alta o no. Decirle «la frígida de Spanel» es tan inesperado como impreciso, porque la carnicera será la mujer más sombría y desagradable que haya visto ese pueblo, pero de frígida no tiene ni un pelo. Tampoco es que sea la más desagradable. Ciertamente no lo fue cuando él visitó el negocio y ella lo invitó a pasar al cuarto de atrás y a hacerse un espacio entre sus piernas. Spanel no era ninguna frígida, ¿pero cómo se lo iba a explicar?
—¿Vas a comer?
La esposa lo observa con impaciencia y él nota que ha empezado a revolver la comida en el plato sin querer. Lo siguiente transcurre en unos pocos segundos, pero para él es todo un proceso. Mientras carga la cuchara con el estofado tiene que mentalizarse, tiene que abrir el estómago, tiene que pedir a sus entrañas que reciban eso que él está a punto de entregarle al cuerpo.
Se siente un mediocre. Es el mejor aturdidor de Krieg y manda a dormir miles de cabezas por día, pero ahora tiene un plato de estofado enfrente y se retuerce como un cobarde. Mientras mastica la carne se pregunta qué pensaría Tejo, que siempre halaga su profesionalismo, si lo viera intimidado por algo tan trivial como un estofado de carne.
—¿Viste que no era para tanto? Me quedó riquísimo, aparte.
—Sí, está bueno.
Además de cobarde, es un mentiroso. Un mentiroso que intenta descifrar qué corte de carne es ese. ¿Sería carne de las piernas? ¿De los glúteos? Se da cuenta de que no viene de Krieg porque la calidad no es la misma. No es carne magra y quien aturdió la cabeza no tiene idea de lo que está haciendo, porque no se siente tierna en la boca y eso significa que la arruinaron.
—¿Cómo estuvo el trabajo hoy?
—Como siempre, Valeria. ¿Qué es esa pregunta?
Sabe bien que está siendo un irreverente, ¿pero qué le va a contar? Seguro a ella nada le dificultaría más la digestión que oír que él había aturdido tantas cabezas que ya no llevaba la cuenta, que gracias a eso se alejaba cada vez más de la culpa, que había tenido que intervenir cuando el otro aturdidor, el más novato, falló su golpe. O podría contarle que hoy habían recibido a otro de esos enfermos que solían llegar a Krieg con la excusa de que necesitaban trabajo, pero que eran muy obvios con su morbo. Esos eran los verdaderos tipos peligrosos, los que tenían que morderse la lengua para no festejar cada vez que lo veían aturdir una cabeza a través del cristal.
La esposa quiere perforar esa barrera entre ambos con el filo de sus palabras. «Maleducado, mala onda, sos un desagradecido, a vos nada te viene bien». Ya no hay forma de atravesarla, él la fortalece. Se queda en silencio viendo la nada misma y piensa en su mano como una extremidad ajena que lo alimenta con esa carne por instinto. Con cada bocado vuelven a su memoria los rostros de las cabezas que van a recibir el golpe seco, sus cabezas rapadas, los PGP٭ con la escritura en todo el cuerpo, las cuerdas vocales que ya no tienen, el temor en la mirada.
—¿No me vas a decir qué carajo te pasa, Franco?
Franco alza la vista, se la clava en los ojos. El silencio se torna casi denso, pero él está en otra parte. En lo más recóndito de su cabeza se instala la idea de aturdirla a ella con un mazazo. A lo mejor ella sí alcanzaría a chillar cuando le pegara en la frente. A lo mejor él sí sentiría culpa cuando la estuviera faenando. ¿Sería su carne agradable al tacto? ¿Querría él enterrarle los dedos mientras la desprendiera? ¿Se le haría agua la boca? ¿La odiaría menos? ¿Sabría mejor en un estofado?
Este es un juego en el que todos participan. Se llama cadáver exquisito٭.
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𝐀𝐜𝐥𝐚𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧:
Me parece importantísimo que se sepa que esto no nace enteramente de mi cabeza, sino que se inspira e incorpora elementos de Cadáver Exquisito, una distopía escrita por Agustina Bazterrica en la que un virus ataca a los animales e imposibilita que los humanos los consuman. A partir de ahí las personas recurren al canibalismo como nueva forma de vida y el mundo se ve dividido entre los que nacen para ser comidos y los que se alimentan sin vergüenza.
Ni Franco ni Valeria son personajes que existen en la historia original, pero Tejo y Spanel sí. Marcos Tejo es el encargado del frigorífico Krieg, y Spanel verdaderamente es una carnicera.
𝐆𝐥𝐨𝐬𝐚𝐫𝐢𝐨:
*𝐏𝐆𝐏: primera generación pura. Bazterrica las define así: «son las cabezas nacidas y criadas en cautiverio y que no tienen modificaciones genéticas ni reciben inyecciones para acelerar el crecimiento». Los PGP son considerados carne premium.
*𝐂𝐚𝐝𝐚𝐯𝐞𝐫 𝐞𝐱𝐪𝐮𝐢𝐬𝐢𝐭𝐨: además de ser el título del libro, es también un juego en el que participan los niños de esta historia. Cadáver exquisito consiste en adivinar qué gusto tendría determinada persona.
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