Estoy tratando de aprovechar el último rayo de sol. Fallo en el intento, no hay bancos disponibles donde aún da la luz así que me siento en un lugar que ya no es sombra, es el primer atisbo de nocturnidad.
Saco el libro que estoy por terminar aunque no quiero realmente leerlo, no solo para que no llegue a su fin sino además para no forzar la vista, pero es mi única excusa para que los demás piensen que estoy ocupada mientras hago tiempo esperándote.
Una chica jovencita frena cerca, en la cabeza tiene un rodete que está a punto de desarmarse y lleva puesto una campera rompeviento de un violeta eléctrico ideal para la noche que se aproxima. Camina acompañando, correa mediante, a un perrito mestizo que se nota tiene muchísima energía para el recorrido y le molesta ese instante de pausa. Ella agarra el celular firme cerca de la boca, intentando que nadie escuche el audio que está por grabar, pero sus esfuerzos son en vano ante mí porque no tengo nada mejor que hacer.
-Oime pedazo de pelotudo, salís y te venís para casa y te quedas conmigo, arreglas vos todo este quilombo porque sino te juro que te saco todo a la calle, me tenes harta-.
Presiona enviar y desenfunda un paso furioso que al perro le encanta seguir a la par.
Prosigo leyendo algo, no sé bien por qué párrafo voy aunque creo que este ya lo leí pero no lo recuerdo y vos todavía no apareces. Una nena y un nene corretean cada vez más cerca, mientras una abuela se sienta agotada en el banco que le sigue al mio y me ofrece una sonrisa amable cuando se da cuenta que la observo para saber si ella está con esos niños.
Aparentan la misma edad, unos cinco años, por lo que no sabría decir si son hermanos, primos o compañeritos de jardín. Ella tiene un vestido de princesa por sobre la ropa, de esos de raso barato que se venden como disfraces. Él empuña un arma de juguete, una pistola que parece de cowboy por el intento de colores símil hierro viejo.
-Necesito más armas-
-¿Para qué queres más armas? Si ya tenes un montón-
-Para matarte-.
La conversación aniñada me deja congelada por un momento. No puedo dejar de revisarla en mi cabeza de adulta mientras intento comprender con qué fin el niño profirió sus palabras. No noto en él señales de agresividad hacia ella pero algo en mí dice que es un discurso que aprendió en su círculo cercano. Se me hiela un poco la sangre y te sigo esperando. La presunta abuela se levanta con desgano y les anuncia a los niños de manera firme pero amorosa "vamos". Los tres emprenden camino a su modo.
Ya no intento leer aunque tengo el libro abierto en las manos. Ahora me quiero sacar el mal gusto de la última conversación escuchada y finjo observar el panorama degustando la vitalidad de la plaza. Mi atención se posa en una parejita que viene caminando despacio, sin apuro, como si no tuvieran destino seguro o no quisieran que pase el tiempo. Están cerca pero no tanto, hay algo magnético entre ellos. Ella parece una adolescente, tiene el cuerpo y la piel firme por las hormonas y la temperatura notoriamente alta por su falta de abrigo contrario al resto. Él parece mayor, aunque es alto y tiene mucho vello en el rostro lo que puede estar confundiendome. Ella se muestra tímida, risueña y él tiene una actitud más avasallante pero respetuosa, como si estuviera esperando una señal para lanzarse sobre ella. Llegaron el punto del recorrido en donde puedo oírlos:
-dale boluda, yo pago-
-no, déjate de joder. Además no hay telos acá cerca-
-No importa, pagamos un taxi. Dale, sino vine al pedo-
Ella se ríe incomoda, siguen caminando.
Algo se detona en mi cabeza. Llamémosle intuición, sexto sentido, war flashback.
Guardo el libro en la cartera, me subo el cierre de la campera y procedo a huir. Ya sé por qué no vas a venir.
*Imagen propia
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