No sé en qué momento dejé de ser yo.
Quizás fue la primera vez que le sostuve,
cuando vi en sus ojos la tormenta
y creí que mi amor podría calmarla.
O tal vez cuando acepté que su dolor
valía más que el mío.
Desde entonces, respiro su aire gastado,
bebo de su sed insaciable,
cubro sus ruinas con mi propia piel.
Y en las noches en que no vuelve,
me quedo despierta hablándole al vacío,
esperando que mi miedo
sea suficiente para traerlo de regreso.
Me convierto en su brújula,
en su excusa, en su sacrificio.
Lo he visto romperse mil veces a golpes,
desgarrarse el alma en su propio huracán,
y he estado allí, fiel, recogiendo sus restos,
cosiendo con lágrimas su soledad.
Pero ¿y Yo?
-vs-
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