Mi abuelo paterno llegó del Líbano a los 12, sin hablar una palabra de español. Mi bisabuelo materno, de Italia, a los 7. Trabajó desde esa edad vendiendo fruta en el mercado. Mis padres fueron a la Facultad de Derecho de la UBA, igual que yo, y que mi hija mayor. La Universidad pública los acogió, los formó y les permitió progresar. A los que dicen que la educación pública da pérdidas, pregúntenle a las millones de personas cuyas vidas fueron salvadas o sus enfermedades curadas por los médicos egresados de nuestras aulas. A los que usan puentes o casas construidos por nuestros ingenieros o arquitectos.
La educación pública no cotiza en la Bolsa de New York: cotiza en el corazón y el ADN de los argentinos. En nuestra cultura única, en nuestra clase media solidaria y generosa. En nuestra historia. Seguramente quien lea estas líneas tiene un abuelo, padre o familiar que ha sido cobijado por sus aulas. Hoy es el día para marchar a defender estas banderas. Se puede mejorar? Claro que si. Hay que castigar a los que se quedaron con lo ajeno? Obviamente. Pero eso no implica que resignemos lo que tanto esfuerzo nos costó construir y sostener la educación pública que nos distinguió como faro de América. Hoy marchamos para que los que pretenden pisotearla vean que este pueblo no cambia de idea: pelea y pelea por la educación.
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