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Vi tus ojos brillar bajo otra luna,

no la mía.

Tus labios, que un día soñé para mí,

besaban promesas ajenas,

como si nunca me hubieras mirado

con la ternura que inventé.

Y allí estabas tú,

vestida de un “sí” que no me pertenecía,

te reías del mundo

mientras el mío se caía en silencio,

como un libro que nadie quiso terminar.

¿Era amor lo que sentía?

¿O un espejismo construido

con pedazos de deseo y esperanza?

Porque si el alma elige,

¿por qué la tuya no me eligió?

Dicen que amar es desear la felicidad del otro,

aunque eso signifique alejarse.

Pero hay una tristeza silenciosa

que filosofa en mis entrañas:

¿Y si el amor también es egoísta

en su necesidad de ser correspondido?

No odio tu elección,

pero duele como el frío en los huesos

cuando la noche es larga y no hay abrigo.

Me volví testigo de una boda

donde mi alma era la única que lloraba.

Te perdí sin tenerte,

te amé sin tocarte,

y ahora camino en esta niebla de ausencias,

preguntándome si el destino

es solo un nombre poético

para lo que no se puede cambiar.

Y aunque sonrías para otro,

en algún rincón del universo

quedará escrito que yo también te amé.

Profundo.

Sincero.

Tristemente.

Y no era yo.

Helbert Roberto Alexander Aroch Rodas

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