Todo el universo.
Hay otros mundos, pero están en este, dijo un tal Eluard hace más de dos siglos.
Cuando acudo a mi sala de virtualidad, esa frase cobra realidad material.
Puedo ir a cualquier tiempo, pasado y futuro, a cualquier lugar, real o imaginario. Las sensaciones físicas son perfectas: frío, calor, tacto, dolor, placer...
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: He visto tortugas gigantes a lomos de hormigas, cabalgando más allá de Ilinois. He visto a gente del OPUS acogiendo a inmigrantes y repartiendo sus bienes con los más necesitados. He disfrutado de un reguetón interpretado por Beethoven. Y todos estos... momentos... los puedo repetir en cualquier instante pues quedan grabados en la infinita memoria que subyace en este cuarto sin ventanas y con mirador al Todo.
Este presente mío contiene la inmensa totalidad de la realidad consignada y la enorme posibilidad de la imaginación humana.
A veces me pregunto si tengo derecho a ser amante de Marilyn Monroe, una mujer que descubrí en una tentación de arriba. O si está bien ganar el premio Nobel de desinterés o el campeonato mundial de curling, pero me digo a mí mismo que estas imaginaciones tan reales son solo la perfección del íntimo pensamiento, y ¿qué humano no imaginó alguna vez matar al Presidente de algún Gobierno?
Lo que pasa es que, a veces, me siento vigilado.
Y tengo miedo.
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