y los recuerdos, ¿quien me los borrará?

los ojos se cierran y amanecen enrojecidos, ardiendo entre la amargura que es nunca descansar. uno ruega a la vida por más de tres horas, quizá cinco si suerte se obtiene, en alcanzar dormir para olvidar la pena que es vivir. y el respirar no ayuda, tampoco la pesadez del alma, el hueco eterno que se formó entre las fibras cardiacas cuando uno empieza a adorar.
me apena quedarme con todo entre mis dígitos, aquello que la vida y el tiempo me arrebata como dinero debido. mi sentir no importa, mi sentir no es más que una etiqueta más en esta línea de tiempo que me ha tocado vivir. qué rutina debo disfrutar, si todo aquello que algún día me convencía de sonreír, ¿parece dañarme el día de hoy?
mis lugares seguros me han cerrado la puerta, me rasguñan el pecho hasta sangrar, me cicatrizaron mi felicidad en una nostalgia que ahora vivo con las heridas abiertas ardientes. nadie nunca sabrá lo que me pasa por la cabeza, ni sabrá lo que mi pecho se reserva. de nuevo mi cuarto encierra secretos tan turbios como mis deseos carnales de desaparecer, de esta tristeza, de esta necesidad de nunca haber querido respirar.
¿y es mucho pedir compasión? ¿es mucho rogar por un abrazo? mucho lo es, caro hasta eso, aquello que ahora consume hasta mis tripas y mis pocas ganas de beber agua.

aprender es vivir, aprender es entender a donde no perteneces, y aunque quiera, aprender es saber cuando no te quieren.

y a mi no me quieren.