Picios.
Si uno se va fijando, al margen de la tele, el cine y las revistas, el personal (reflejo de escaparate incluido), en general es de escaso atractivo. La mayoría, más bien feos. Sobrepeso, dientes raros, mal vestidos, alopecias, arrugas, narizotas, gafotas, cojeras, tics, funcionarios de hacienda...
No nos extinguimos por el bien urdido engaño del sexo. Y ya ven de lo que hablamos: fluidos, olores, incomodidades, decepciones, esfuerzos denodados, consecuencias no deseadas... Pero funciona, y generando mucho movimiento: dinero, crímenes, ficciones; hasta enlaces matrimoniales... El mundo gira y gira motivado por ese invento.
Pero el individuo humano, en general, si le quitas la seda del mono, es, seamos objetivos, bastante feo.
Comparen si no con un pavo real en plenitud, o con un caballo Akhal-Teke. No hay color.
Y ese toro enamorado de la luna, si no lo masacran los feos vestidos de luces...
Feos y malos.
Apostilla:
El texto es simplista porque tan solo pretende tan solo ser una aproximación jocosa a un aspecto de la sociedad tan valorado de un tiempo a esta parte. Portadas de revistas, estrellas de cine, cremas anti arrugas, pelo turco, Brad Pit, los hermanos Calatrava...
Había un chiste en el que un paisano pasaba cerca de un huerto en el que un padre y un hijo laboraban.
Tras alguna conversación intrascendente, el paseante le dice al padre que trabaja con el muchacho:
-Oye, tu hijo te ha salido bastante feo.
Y el hombre responde:
-Es igual, lo quiero pal campo.
Pues eso.
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