Y como estas, muchas.
Nov 20, 2024
Balada de las noches frías.
Era o fue en el Valle de Oliz, allá por los nortes ibéricos en un recogido lugar que quizás fuera conocido como Uña de uro y en el poco halagüeño tiempo que queda tras una cruenta guerra, que siendo los vencidos masacrados y humillados por los vencedores, algunos de entre ellos, de los segundos, digo, sin adherirse a la rendición ni resignarse a eso de haber perdido tanto como perdieron tantos, se ocultaban en las montañas y en donde, pensaban, no serían encontrados por el rabioso enemigo.
Entre ellos, hombres rudos y mujeres valientes, maestros, labriegos, carpinteros, mozos de mulas y hasta alguna actriz medio afamada y un muy notable músico.
Pocas armas y de poco tiro. Ropas roídas y sucias. Y hambre, de domingo a domingo.
Los de uniforme, fusil y pistola al cinto, tricornio y mala baba a raudales, andaban siempre al acecho. Y siempre con miedo.
Los maquis eran el diablo. Los maquis eran el Pueblo.
Pues en Uña, como iba diciendo, contaban los perseguidos con algún aliado encubierto, y en las noches oscuras cuando soplaba el frío viento y sabían que los civiles no abandonaban las lumbres que calentaban los adentros, se arriesgaba alguno de aquellos a pisar las calles e, incluso, si observaban que de aquellos tricornios el lugar estaba desierto, hasta la taberna se llegaba alguno a echar un trago y fumar si había quien invitara a tabaco y papel. Al menos, sí podían poner el fuego con sus chisqueros.
Era aquella la única taberna del pueblo y allí echaban un rato algunos que no habían muerto de alguna batalla o fusilados, y no estaban presos. Amalio y su mujer, Albina, atendían el negocio.
Era también en ese local el baile, cuando era de baile el tiempo, y para ello, si no era ocasión de otros dispendios, en un rincón al fondo, aquel bonito piano viejo.
-A las buenas noches. Entrad tranquilos que hace un rato que se fueron al cuartel y con el frío que hace, esos no vuelven esta noche.
Y, aunque con los temores lógicos pues les iba la vida en ello, los que estaban y los que llegaban se alegraban de verse y se daban novedades y se gastaban unos solisombras y unos liados.
-Tócate algo Anselmo.
-¿No será eso tentar al diablo?
-Será, pero ya os tenéis ganado el cielo.
-Ojalá hubiera de eso, que los que tanto rezan no lo iban a ver ni de lejos.
Y Anselmo acercaba el taburete a las teclas y tocaba El manisero, Cambalache, el Tico tico y siempre, siempre, aunque muy bajito, Ay Carmela.
Antes de volver al frío, Albina le daba el recado al músico Anselmo:
-Ahí dentro está lo que te ha podido dejar el Rogelio. Dice que cada vez es más difícil pero que seguirá haciendo lo que pueda.
Y allí, en un rincón de la caja de resonancia del bonito piano viejo, el envoltorio de papel de periódico de Portugal.
Doce cartuchos doce para sus pobres armas.
Con eso no va a ser fácil ganar ninguna batalla.
Pero ya tienen tan poco que perder.
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