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    Winona Riders por primera vez en Obras: un show que marcó un precedente para el rock emergente en Argentina

    May 11, 2025

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    Winona Riders por primera vez en Obras: un show que marcó un precedente para el rock emergente en Argentina
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    Morón tiene nueva leyenda. Anoche, el Estadio de Obras Sanitarias fue escenario de un hito para la escena del rock alternativo argentino: Winona Riders, la banda nacida en el conurbano oeste, ofreció su primer show en el "Templo del Rock" con una performance de más de cuatro horas que combinó psicodelia, trance, rock visceral y una poética escénica, inefable en palabras. Fue una ceremonia sensorial, una misa laica -aunque casi avernal por el rojo constante del ambiente- donde se fundieron los cuerpos, las luces y el sonido.

    Desde los primeros acordes de “Abstinencia” -en su versión extendida-, quedó claro que esto no iba a ser un recital más. Las luces tenues y envolventes, el humo flotando con elegancia sobre las cabezas de cientos de almas expectantes y una musicalización que parecía invocar a lo sagrado, dieron paso a un viaje en espiral que no soltó a nadie hasta el último tema.

    El concierto, estructurado como una especie de suite ininterrumpida, se apoyó en melodías menores armónicas y escalas egipcias -características en las composiciones del grupo- que le dieron a la noche una textura exótica, misteriosa y envolvente. De a ratos, la experiencia se asemejaba a un rave psicodélico: transiciones largas, crescendos hipnóticos, y un groove constante que mantenía al público en movimiento, en un estado casi meditativo y poderoso.

    La atmósfera fue perfecta: una noche sin viento, sin frío, sin calor. Un cielo despejado acompañaba desde lo alto como testigo mudo del nacimiento de un nuevo clásico. La historia del rock emergente local se escribía en presente, en ese instante de comunión colectiva impulsado por el talento y la entrega del quinteto: Ariel Mirabal Nigrelli (voz y guitarra), Ricardo Morales (voz y guitarra), Francisco Cirillo (batería), Gabriel Torres Carabajal (percusión), y Santiago Vidiri (bajo), con el valioso aporte de Tomás Pojaghi en sintetizadores y caja de ritmos.

    Cada tema fue una escena distinta en un guión cinematográfico. “¿Así que te gusta hacerte el Lou Reed?” disparó una avalancha de gritos nostálgicos y desafiantes, mientras que “Más fuertes que el sol” -junto al Sindicato del Drone, una interpretación aparte- y “Loop”, en su versión extendida junto a Zac en guitarra, ofrecieron climas más contemplativos, casi chamánicos. El setlist fue un recorrido ecléctico pero coherente, donde convivieron reminiscencias del primer heavy metal, el rock británico de los 70’, y hasta secuencias dignas de un techno berlinés.

    La conexión con el público fue total. En medio del pogo, los abrazos y las miradas compartidas; la banda supo transformar una propuesta grandilocuente en algo íntimo. Por momentos, uno podía sentirse en la terraza de Moscú, o en plena madrugada en un festival de black metal en Pika Rock. El escenario se desdibujaba y el Estadio Obras se convertía en un refugio, un lugar cerca de casa a pesar de la distancia.

    El único momento tenso de la noche llegó con la interpretación de “Dopamina”, una de las canciones más crudas y explosivas del repertorio. En plena ejecución, un incidente en el público —un presunto hurto— obligó a la banda a interrumpir el show. Visiblemente molestos, exigieron a la seguridad que expulsara al responsable, lo que generó una oleada de abucheos y el clásico cántico popular: “hijo de puta, hijo de puta”. El hecho no logró empañar el espíritu de la noche, y tras unos minutos de pausa, la banda volvió a las músicas con más fuerza que antes.

    La lista de temas fue extensa y cuidada al detalle: una selección de 35 canciones que incluyó gemas como “C.R.A.S.H.N.E.B.U.L.A.”, la balada “No hay nada más en mí”, y un cierre épico con “Joel” -en su versión extendida-, que dejó al público entre la euforia y la locura. Algunos tracks incorporaron citas de bandas emblemáticas como The Jesus and Mary Chain o Primal Scream, confirmando el ADN de los Winona.


    El show de anoche no fue solo un paso adelante para la banda; fue un momento fundacional para toda la escena que busca romper moldes, mezclar géneros y dar pie a su propia identidad. Winona Riders no solo tocó en Obras. Lo reconfiguró. Y los que estuvimos ahí, lo sabemos: fuimos parte de algo que ya es historia.

    Elías Brizuela

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