La lluvia entró en el interior de mis zapatos, cada paso que daba las medias de nylon se hacían cada vez más finas. El frío penetraba en mi piel, mis piernas que dan pasos desesperados por la peatonal de Florida, ya no poseían carne, el viento chocaba contra mis huesos y en un acto desesperado de calor frené bajo el techo de un kiosco 24 horas a tomar un café.
Mi reflejo en la vidriera me asustó, mi pelo empapado caía sobre mi rostro adornado de ojeras, manchas y una expresión de un cansancio profundo, como si no hubiera dormido en cinco días. "Soy un desastre".
El reloj en mi muñeca me obligó a adentrarme en aquella tormenta de agua, viento, paraguas que chocan, personas que tosen, gotas que lastiman. El edificio en donde me encerraba de lunes a viernes de 8 a 17 quedaba dentro de una galería olvidada en los noventa.
El ascensor lleno de espejos me obligaba a que mis ojos se fijaran en mis zapatos y mi paraguas goteante, mis piernas se veían cada vez más separadas y me deprimía tanto.
Sonaba una música demasiado baja, la melodía me hizo acordar a Sunday Morning y sentí como de a poco me inundaba en una plena melancolía. De mis medias se escurrían gotas de un llanto con sabor a moscato. Aquel que por última vez ingerí hace años, parecía que mi cuerpo recién ahora lo absorbía, que mi sangre se ensuciaba con él y me embriagaba en un recuerdo añorado de lo que alguna vez llegué a ser.
Los 14 pisos se hacían eternos en aquellas cuatros paredes que subían y bajaban de mala gana.
Amor ¿por qué,
por qué,
mi cuerpo es muy pequeño acaso,
mi corazón no trabaja lo suficiente,
mis manos dejaron de ser suaves,
mis piernas ya no son de terciopelo,
acaso mi boca perdió su gusto,
mi aroma te parece amargo,
mi actitud fría te molesta?
Perdón amor mío, razón de vivir,
perdóname.
Sabes que toda mi vida,
desde que comencé a compartirla con vos,
te he perdonado.
Amor mio, que pena me ahoga,
yo sé que te es inevitable, yo lo sé,
aquel amor que siempre me has dado,
me distingue de aquella locura
incontrolablemente tuya,
amor mío, perdóname,
mi paciencia se colma,
mis nervios se clavan en mi como agujas.
Te amo, perdóname,
soy tuya, y sé que a pesar de todo,
seguís siendo mio.
Tuya.
Salgo aturdida por el sonido de las teclas. El subte está colmado de gente y olor a gente enferma, olor a hospital, a suciedad.
Me pisan, me empujan, me aprietan. Algunas de esas veces podría quedarme quieta, no ceder, pero desde hace tiempo me dejé vencer en ese aspecto, y en muchos otros. Mi voz no es alta, mis hombros son caídos y encorvados, las palabras quedan enganchadas en mis dientes cada vez que tengo que dirigir un reclamo a alguien, un solo suspiro de sílabas sin terminar, amontonadas como las personas en este vagón, llega a salir de mi boca que confunde y tiñe mi rostro de un carmesí fuerte.
Siempre fui reprimida por esa actitud tímida, tonta muchas veces. Mi mamá me decía que jamás me van a querer si no podían ni siquiera entender mi nombre salir de lo más profundo de mi garganta. Pocas personas pudieron escuchar el hilo de voz salir de mis entrañas. Algunas se fueron luego, algunas se quedaron, a qué costo.
Sé que Pedro se quedó a pesar de que tardé en expresar verbalmente el sentimiento que crecía en mí por él, sé que Pedro aceptó vivir conmigo aún si eso lo obligaba a cortar otros lazos. Sé que fue él quien me propuso matrimonio hace más de diez años y fui yo quien dijo que si no muy segura, porque quién quiere un marido que se encama con otras mujeres, más lindas, más feas, eso dejó de importar. Pero fue Pedro el único que se quedó, total jamás me iban a querer.
Lo conocí en el cbc, cuando aún tenía interés en estudiar artes audiovisuales, él estaba anotado en arquitectura. No supe nunca por qué se fijó en mí, la única vez que tuve el valor de preguntarle respondió con un sencillo “no sé”. Pero Pedro fue el único que se quiso acercar a mi boca, sentir mis labios en su oreja cuando dije mi nombre, a él no le molestaba llenar el vacío con sus palabras, sus movimientos de manos y brazos brutos, sus miradas tan expresivas. Pedro se quedó aún si yo no buscaba sus ojos.
Por mucho tiempo sentí que el amor que merecía dependía de aquello que como persona valía, mi utilidad. El provecho que este flaco y silencioso cuerpo podía llegar a dar. Pero no era interesante, desde afuera ni desde adentro, un enigma que no tenía fondo.
Me bajé en Medrano y caminé algunas cuadras hacia el departamento, otra vez, subir y bajar. Esquivar mi propia mirada sofocante en los ascensores era lo que más odiaba, tener que ignorar, hacer como si no existiera, porque no aguantaba verme, no aguantaba sentirme ahí, viva, con un cuerpo deteriorado el cual aún seguía incomodandome. Aún no me acostumbraba a lo que estar viva conllevaba, tener un cuerpo, carne, oscuridades, partes duras y blandas, estar rota pero unida.
Vivo en un dos ambientes de mala muerte en Once, donde Pedro creció. Donde dio sus primeros pasos, sus primeras palabras, donde comenzó a ver colores, aquellos que entraban por la ventana del quinto piso en el que su mamá lo crió, ella sola. Ahí donde la vio partir también.
Pedro creció solo con ella, tan joven era que la llegaban a confundir por su hermana. Mujer amorosa, la llegué a conocer los primeros meses donde éramos noviecitos aún. Jamás recordaba mi nombre. Victoria, Celeste, Kiara, Jazmín, ni se acercaba. Siempre me pregunté si eran los nombres de las que alguna vez él llegó a amar, o presentarselas por lo menos, pero jamás me animé a tocar el tema.
Abrí la puerta y noté que la casa estaba como cuando me fui. Pedro no venía a casa hace dos días. Los mensajes que dejé en su teléfono (que no fueron más de diez, no quería molestarlo) aún no le llegaban. Me tiré en el sillón a recordarlo, envuelta en los colores del atardecer que alguna vez bañaron a Pedro de bebé, estaba yo ahí, llorando en la gran ausencia, en la multitud del silencio que raspaba.
amor mio
eterno voto
de amor
soy tuya
tuya soy
tan tuya tuya
tuya tuya
eternamente
tuya solo tuya.
mis piernas
mis ojos
mis manos
mi boca
mis piernas largas
mis brazos largos
mi entera cabeza
mis pulmones
mi corazón
mis labios
mis secretos
carne oculta
mi entidad
enteramente
por completo
tuya
Las hojas se iban tiñendo a medida que el tiempo corría y se me escurría en las manos.
Pedro volvió al otro día, sentí el peso en el colchón. No estaba dormida, el frío que hacía me había arrebatado el sueño de mis manos. Hice fuerza para girarme en la almohada, no me daba la espalda, me miraba con sus ojos abiertos tenuemente, expectante de mi voz, mi baja y lejana voz.
Tenía olor a carne oscura, carne ajena, tan fuerte que me asqueaba. Y él lo notó, lo notó con la poca luz que entraba desde las persianas. Entonces las lágrimas brotaban y brotaban, como si esperara que la lluvia no mojara, las cosas no cambiaban. Nada en mi ni en él cambiaba. Porque aunque las lágrimas nunca dejaran de brotar, mi amor por él no cambiaba.
Y Pedro me besaba y me acostaba en su pecho viejo ya. Y no había que decir nada, porque ya lo habíamos dicho todo hace años, y las lágrimas lo mojaban a él, mojaban las sábanas, nuestra cama, nuestros cuerpos, nuestro piso de madera y nuestros muebles. Se escurrían en forma de valle por debajo de la puerta, se escapaban, pedían auxilio, que alguien las viera, me ayudaran. Hacían por mí lo que yo sola siempre fui incapaz de hacer.
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