La inmortalidad no me ha dado más que tiempo para pensar. Los sabios se crean ante el fracaso, la pérdida y la necedad, lo cual me permito esta pequeña entrada y este deje de sinceridad: soy uno de los más grandes sabios de la historia.
Una de mis ingenuidades más culposas es creer que las personas cambiarán con una palabra u acción. Sólo con un gesto. No con el significado detrás, que es mucha veces genuino, pero ignorado.
El pasado vuelve a tocar la puerta, insiste en que yo la abra, incluso hay voces proclamando que mi autoimpuesta desolación ha sido un pecado irrevocable y que Dios, sea quien o lo que sea, me ha condenado ante esta herejía. Dios que, por cierto, jamás escuchó mi clamor, ni siquiera cuando me hizo caer.
Ellos quieren de mí una reconciliación sin una palabra, sin un aliento, sólo pretendiendo el paso del tiempo como método de superación. Es una pena que, en mi condición actual, de humano, tengo suficiente conciencia como para comprender que el tiempo jamás curará los daños reparados. Son las acciones. Pero en este caso, sólo hubo un silencio, el cual ni siquiera alcanzó para solucionar algo, sino comprender que el ignorar el daño provocado o no darle sentido, sólo agrava la falta.
Finalmente he abierto la puerta y, tras dirigir el mensaje, he cerrado esa puerta y sellado. No se volverá abrir.
La lucidez que me ha despertado era necesaria.
Lux ex Tenebris.
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