Voto de silencio

Sigo adelante fingiendo que nada pasa cuando pasa de todo. Llevo tanto tiempo guardándome lo que siento que se volvió una carga.

Una carga enorme de rencor y culpa, de impotencia, de odio. Odio dirigido al espejo, dirigido a la nada, dirigido a mí. Porque así fue cómo me hicieron sentir.

Una carga para mí, un voto de silencio para los involucrados.

Y con ello me dejaron desamparada. Deambulé por años en un bosque de dudas, de árboles que me obstaculizaban la vista al claro del cielo.

Una marca, una cicatriz en mi alma que soy incapaz de borrar. Es un asco, ¿saben? Mi vida se verá marcada para siempre por ese suceso y el resto seguirá como si nada.

Porque, a menos que le pase a uno, nunca nadie lo entendería.

No, nadie entiende lo que es vivir con esa etiqueta que va a definir tu vida a partir de ahora. Porque no se quedó en un recuerdo, no se quedó en una noche, no se quedó en una pesadilla. Es un rastro, una huella. Es miedo, es inseguridad. Es asco. Es un vacío.

Una marca eterna, imborrable, intachable, irreemplazable. Un recuerdo latente que está ahí cada vez que miro atrás.

Me quitaron la voz, pero por dentro gritaba desgarradamente, pidiendo consuelo, pidiendo ayuda. Nunca nadie me oyó. Nunca nadie acudió por mí. Me abandonaron para mantener una normalidad ficticia, tan frágil, pero tan fuerte porque nunca me animé a romperla.

Les di poder cuando fui capaz de destruirlo todo y no fue piedad, fue miedo.

Yo también hice un voto de silencio.