Voy a vomitar
seres extraños,
amorfos, burdos y viscerales
que dicen venir
en nombre del amor.
Son brutos, torpes al caminar
y estúpidos al actuar.
Es mejor vomitarlos
alejado de cualquiera,
porque suelen impregnarse a la piel,
como sudor, como necesidad.
Te electrocutan los nervios
cual frío de invierno,
ahogan tus pulmones por diversión
y al aburrirse, esparcen tu sangre
cual pintura por tus mejillas.
Son narcóticos naturales,
cápsulas de epifanía comprimidas,
que al explotar en tu boca,
te hacen saborear
éxtasis y color.
Una vez gestados
dentro de ti,
te hacen tambalear,
tartamudear, depender.
La boca sabe a hierro,
los intestinos salen expulsados
junto con ellos,
y al terminar eres liviano,
flotas.
El verdadero mal
es lo que viene después,
la abstinencia,
la ausencia de estos seres
arrastrándose por tu garganta
hasta salir de ti.
Todo seria mejor,
darías todo,
por tener una arcada
más en su nombre.
Así que no puedo verte,
porque al desear tenerte,
comienzo a vomitar.
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