En el papel, los espacios en blanco no son tan notorios. Tal y como puede ser reemplazado por un borrón, una palabra repetida o una mala redacción, se convierte en una ausencia que nadie corrige.
¿Una persona también puede ser así?
Pienso.
A veces la vida exime a algunos de sentirse responsables, casi pecando en la ignorancia. Y qué alivio ha de ser no notar, no sentir, no cuidar.
Yo, al menos, no cuido solo porque sea un otro.
Llámese esa manía humana de sentir, en algún momento, la reciprocidad.
Me recuerda a cuando era pequeña, el día que aprendí esa palabra. Excepto. La usó un profesor de infancia para decir, “los quiero a todos, excepto a ella”.
Desde entonces, me ha seguido como una sombra. Esa sensación de ser la excepción a la pertenencia.
Y no creo que solo sea por un mero espacio en blanco. Es la confirmación dolorosa de que tal vez siempre fui fácil de ignorar.
Y quizás no es culpa de nadie. Quizás algunos cargamos con una transparencia involuntaria.
El espacio en blanco que no se nombra.
Pero me pregunto: ¿seré yo la que sin querer se borra?
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