Volver a casa
Hoy se fue mi bici.
No es que literalmente haya cobrado vida y se fuera por sus propios medios.
Después de ocho años de uso y seis meses guardada en el lavadero, la vendí.
No era una gran bici, la verdad.
Era lo que necesitaba en su momento. Me sirvió. Cumplió su propósito por un tiempo.
No tenía cambios; los frenos vinieron mal de fábrica; si pasaban unos días sin usarla, se desinflaba.
Una vez, bajando la barranca de Alvear y el río, se quedó sin frenos y casi muero.
Otra vuelta, venía pedaleando parada sobre los pedales y se rompieron los rulemanes. Casi muero, bis.
Una tercera: quise esquivar una bocacalle, salté un poquito y terminé en el piso, de cara.
Todavía no entiendo cómo. Lo grave no fue la caída, sino el 130 que venía atrás mío.
Era pesada.
Era lenta.
Se oxidaba con facilidad.
Y cada vez me costaba más usarla.
Pero era mi bici.
Tenía una bici.
"Fijate en lo que tenés, no en lo que te falta."
Me llevó a todos lados.
Nos llevé a todas partes.
Hacía grandes recorridos, aunque le faltara todo eso.
Y porque le faltaba todo eso, en algún momento estuve en excelente estado físico: mi cuerpo era mucho más fuerte porque me esforzaba realmente en movernos.
Incluso llegué a sentir que la conocía tanto, que no había bici que la pudiera reemplazar.
Era como si estuviéramos conectadas.
Sabía cuánto tenía que frenar, cuánto doblar, qué velocidad era la adecuada en cada situación.
Pero un día llegó el reemplazo.
Mi físico ya no era el mismo, y no podía mover como antes a una rodado 29, bajita, sin cambios ni frenos.
Así que empecé a ofrecerla.
Lo hice un tiempo, sin éxito. Después me olvidé, y la guardé.
Pero eso… eso es lo peor que le podés hacer a una bici.
El viernes pasado busqué unas fotos que le había sacado en verano, en el patio.
La publiqué en mis redes y a las pocas horas ya tenía tres interesados.
La realidad es que la estaba regalando, pero lo que para mí valía (más que un apego emocional), no me lo iba a pagar nadie.
El sábado se fue. 11 a.m.
Su nueva dueña la metió en el baúl de su Clio.
No quiso esperar un día más.
Hicimos la transacción y se fue.
Me había quedado dormida y no llegué a dar una última vuelta como había planeado.
Ustedes pensarán: “Qué cornuda, era una bici nomás.”
Pero para mí fue muchísimo más.
Miles de nochecitas de verano, medio fumada, disfrutando sin pedalear la bajada del puente de Thames.
Dejando que me lleve de vuelta a casa.
Y así la quiero recordar.
No como una bici vieja que me llevó,
sino como la que me enseñó a volver.
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Meli Claps
Escribo lo que desborda. Cultivo pensamientos como quien cuida un jardín. La palabra como alivio momentáneo
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