Aguardo la caída de la lluvia para erosionar las capas superficiales de mi ser
aquella corporalidad a la que le exijo perfeccionismo,
imposiciones destructivas que aterrorizan mi pertenencia.
Un ave que se adapta a su jaula
condiciona su libertad,
nunca acepté ese requisito
que deforma mi pluralidad
y me reduce a tu expectativa.
Hace tres veranos lo confirmo:
no hay nada de malo en buscar puntos ciegos
que me lleven al centro de la Tierra
donde emerge la presión
para que el magma me moldee
y ya no haya pasividad.
Busco ser residuo de mis antiguas convicciones
recordándome así la evolución.
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