Últimamente estoy pegadísima con el álbum “No soy tu hombre” de Alba Reche y todo lo que escriba a continuación está directamente influenciado por él. Lo escucho sagradamente todos los días, de camino a la U, de vuelta a mi casa, mientras hago aseo o cuando quiero llorar un ratito. Habla de muchas cosas y no me atrevería a definirlo, pero sí a mencionar algunas: el duelo, los corazones rotos, las palabras no dichas, las situaciones no superadas, la traición, las personas ya no amadas. Me hace pensar en olvidar y en extrañar, en cómo ambos estados muchas veces se pelean entre sí, se contradicen. Me hace pensar en el trauma. Me genera una profunda nostalgia.
La nostalgia es traicionera, es mi mayor compañera y, al mismo tiempo, mi mayor enemiga. Soy adicta a ella, me engaña como y cuándo quiere, aparece de la nada y le cuesta irse, casi como alguien que conozco; de esta forma y así de fácil rige todo lo que soy.
Vivo en un estado permanente de recuerdo. Sospecho que tengo un problema y es que no sé olvidar. Y no hablo de nombres, direcciones, letras de canciones, números de teléfonos; de hecho, esos los olvido con facilidad. Hablo de ese olvido que se asemeja al duelo, ese que los expertos dicen que tiene cinco etapas, ese que aparece cuando te rompen el corazón.
Para futuras interpretaciones, me gustaría aclarar que cuando me refiero a un corazón roto, no lo hago exclusivamente refiriéndome a uno de carácter romántico. Todes aquí sabemos que existen de varios tipos y probablemente los hemos pasado todos.
Recordar es engañoso; con el tiempo, tu cerebro solo recuerda las partes buenas, esas donde no tenías que hablar con el corazón en la mano para que te escucharan al menos un segundo y, a veces, ni eso funcionaba, esas donde te pasabas horas escribiendo un párrafo eterno y, al final, solo recibías una respuesta tibia, como si estuvieras hablando con un desconocido, esas conversaciones incómodas que al otro día te hacían tener una mañana horrible, de esas donde todo lo que puede salir mal, sale mal. Al parecer, el cerebro oculta lo que fue malo, lo encierra; quizá lo hace para protegernos del hecho de que jamás podrá olvidar.
El acto consciente de olvidar es un esfuerzo constante, es levantarte todos los días y decidir recordarte a ti misma por qué decidiste hacer eso que hiciste. Es doloroso y a veces hasta humillante tener que recordarte con crudeza cómo sucedieron los hechos, refregarte en la cara eso que no quieres escuchar, eso que cuando te lo dice alguien te enoja, no porque no tenga razón, sino porque sabes que estás herida y ya es lo suficientemente traumático estarlo como para que, además, sea información de conocimiento público. Por más que a veces sean situaciones dignas de contar en televisión abierta, una quiere algo de intimidad. Solo mi dolor y yo.
En mi desesperación me he llegado a preguntar: ¿Cuánto se demora un cuerpo en olvidar? ¿Hay un tiempo establecido? ¿Un promedio? ¿Por qué olvidamos? Y, más importante, ¿por qué muchas veces nos forzamos a hacerlo? O aún más importante, ¿por qué muchas veces no queremos? Creo que olvidar es asumir algo ante el ego y no siempre estamos preparades para ello, es admitir que nos equivocamos, que no tenías razón, es darle un punto al otro, es admitir que eso no era para toda la vida.
El tiempo pasa y yo no logro olvidar, pero tampoco me acostumbro a vivir con ello. A veces me gustaría arrancar de raíz el recuerdo, me gustaría someterte a alguna intervención quirúrgica que me garantice jamás volver a pensar en su cara y que, si algún día me lo encuentro en la calle, podría seguir mi camino sin problemas.
Por otro lado, no olvidar no significa querer volver; creo ya no ser tan ingenua y que cuando la situación se repite una cantidad vergonzosa de veces, ya no es romántico seguir repitiendo frases refiriéndome de manera tan gloriosa a alguien que, seamos honestas, nunca le hace justicia a esas descripciones que se inventa una para convencer a las amigas de que te dejen volver. Pero, cuando la nostalgia toma el mando de mi cuerpo, otra es la historia y creo que eso está bien; por muy cliché que suene la frase “el proceso no es lineal”, es cierto, ningún proceso lo es y el de olvidar menos. Porque realmente nunca olvidamos, solo ocultamos. Estoy segura de que si alguien se metiera en mi cerebro, de él rescatarían el alma en recuerdo de muchas personas y pasaría a ser noticia nacional, como el rescate más grande de la historia de la humanidad.
Al final del día somos todo eso, todas esas personas que alguna vez conocimos, que alguna vez amamos y que alguna vez nos amaron. Quizá nunca deje de ser así, pero eso que fue tan importante, que era nuestra vida entera, por lo que nos desvivíamos, hoy es un recuerdo y podemos decidir entre hundirnos en la nostalgia o buscar otros que le ganen en relevancia.
También podemos decidir volver a repetirlos, pero quizá ya estamos un poco grandes para eso.
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