El estoicismo, más que una filosofía, es una forma de mirar la vida con un poco más de calma y sentido común. Básicamente, te enseña a no complicarte por cosas que no dependen de vos. Es como cuando perdés el bondi y podés elegir entre enojarte y hacer un berrinche interno, o aceptar que ya está, que no lo podés des-perder, y que lo único que te queda es esperar al próximo o buscar otra solución.
Lo que me gusta del estoicismo es que no te pide que seas insensible ni que ignores lo que pasa a tu alrededor. Al contrario, te dice que reconozcas lo que sentís, pero sin dejar que esas emociones te dominen. Es como si te dijera: “Está bien que estés triste, enojada o frustrada, pero no vivas encerrada en eso porque no te sirve de nada.”
La clave está en dividir las cosas en dos categorías: las que podés controlar y las que no. Lo que podés manejar, lo enfrentás con paciencia y acción. Lo que no podés, lo aceptás y seguís adelante. Parece fácil, pero cuesta un montón. ¿Cuántas veces nos angustiamos por lo que otros piensan de nosotras, por el clima, o porque las cosas no salen como planeábamos? Y ahí estamos, perdiendo energía en peleas que nunca vamos a ganar.
El estoicismo también tiene algo que me parece muy criollo: esa capacidad de adaptarte a lo que venga, de no amargarte porque no podés cambiar la realidad. Es como el tipo que, si le falta harina para la pizza, se inventa un guiso con lo que tiene a mano y sigue contento. Eso es estoicismo puro: aceptar lo que hay, sacarle provecho, y no dejar que el mal humor te gane.
Y ojo, no es resignarte, no es tirar la toalla y decir “así es la vida, no puedo hacer nada”. Es entender que, en lugar de pelearte con lo inevitable, podés usar tu energía en lo que sí vale la pena. Al final, no podés controlar si hay tormenta, pero sí si llevás un paraguas o no.
El estoicismo es como un mate bien cebado: simple, pero con una profundidad que, si le prestás atención, te cambia la forma de encarar el día. Te ayuda a soltar, a priorizar, y a vivir más tranquila, porque entendés que lo importante no es lo que pasa, sino cómo decidís enfrentarlo.
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