Camino dejando una estela de tul a mis espaldas, blanca como la espuma de mar.
Sin embargo, yo lo veo todo negro, ésto es un funeral. Con cada paso al altar, entierro mi inocencia, mi voluntad y mi corazón el cual no entregaré, porque nunca latirá por quien me plazca. El carcelero recita palabras burdas a un ser grande, que seguro ni le escucha, y su primogénito con las extremidades torturadas en una cruz. No tienen sentido, pero hay algo intangible en su expresión que comprendo.
Mis extremidades están sanas, llenas de perlas. Todo lujo me rodea, pero me encuentro en su resignación.
En su sacrificio.
Al finalizar, mi verdugo pone sus esposas en mi dedo anular: La cadena que amarra mis sueños, silencia mis palabras, reprime mis pensamientos, ignora mis talentos y aplasta la esperanza de volver empezar, lo suficiente para asfixiarla pero no para destruirla.
Al menos Jesús supo cuando finalizaría su suplicio.
El final de mi acompañada tortura, es incertidumbre. ¿Se acabará junto a mi belleza? ¿O persistirá hasta que pare de respirar? ¿Alguien más ocuparía mi vestido blanco?
El verdugo me otorga un beso, que me sabe a cajón de roble y llantos de extraños.
Lloro sin dejar de sonreír con la calidez de la porcelana, así no se den cuenta que ya no me ruborizaré por mi misma naturaleza.
Mis mejillas serán pintadas para mi verdugo,
serán pintadas para todos.
Porque todos mataron la última chispa de mi primavera rosada, antes del cambio de estación.
Y nadie hizo nada para salvarla.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión