nuestras manos buscándose tímidamente hasta entrelazarse y no querer soltarse, como si todo fuera a desaparecer como un sueño.
tu mirada sobre mí como si yo fuese algo precioso. una mirada que no juzga ni moraliza, sino más bien tierna, y que no dejó mi ser ni un segundo.
nuestras frentes juntándose y nuestros labios buscándose, con miedo a no saber si debíamos hacerlo, hasta que decidimos entregarnos el uno al otro. una burbuja nos envolvió y nos apartó del mundo: solo existíamos nosotros. no existía la culpa, ni dios, ni el qué dirán; éramos los únicos en el mundo, como adán y eva, y no importaba nada más. éramos nosotros besándonos, acariciando nuestras manos con ternura, riéndonos, escuchándonos sin perder ni un solo detalle.
caminamos sin soltar nuestras manos por las calles de la ciudad casi desierta. nos besamos en medio del camino sin importarnos si la poca gente que pasaba nos tenía que esquivar; nos habrán puteado, seguramente. pero no importaba.
esa sensación de estar en mi cuerpo, por primera vez sin miedo, y descubrirme, sentir. esa noche me sentí más viva y libre que nunca, y mi mente lo recuerda una y otra vez como si ese recuerdo fuese una prueba de que estuve viva, como si olvidarse fuese a provocar mi muerte. sus labios sobre los míos, su tacto, su calor, su mirada; todo vuelve, recordándome que, por un instante, existí sin juicios ni condenas.
no existía el pecado, ni el castigo, ni el control.
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