Alrededor de mí, Las Violetas me envuelven entre vitrales religiosos con una naturaleza extravagante y tan real que siento extrañeza, melancolía, misterio y olor añejo. Frente a mí, el ave que siempre me sacude: el Pavo Real, me encandila entre tanta realeza, sutileza y espesor. Como el café que acaba de llegar; espeso en su voluntad de saborear mi paladar y yo a él. Me sumerjo en su elegancia, su canela y su estilo italiano tan argentino. Siento que estar aquí es una de las tantas formas de escaparme del mundo que frecuento y acercarme a mi mente que me encuentra siempre.
Y huelo el olor a canela. Mesa ovalada como el corazón, según la ciencia. Tapiz rojo que me recuerda que ese color no me atrapa pero este lugar sí lo hace. Las flores, aquellas luces, las voces entre bocados se descubren y permanecen etéreas. No me siento en Buenos Aires, no lo sé. Fuera de este lugar no hay vitrales pero la elegancia es distinta. Las voces son distintas y el aire también. Lo que está afuera no lo creo, por eso comencé a escribir este libro aquí, bienvenidos.
Me pregunto cuán difícil sería el hecho de no transitar una avenida en llamaradas de voces y caras; de automóviles y movimientos desesperantes de una ciudad que estalla las veinticuatro horas. La furia no descansa y me lleva a buscar en el mapa cómo situarme porque nada se ve claro. Nada se escucha claro allí afuera. Me pregunto: ¿qué tan difícil sería un cielo vidriado y grabado en colores, que oriente nuestras miradas al cielo, nos detenga en el camino y nos permita saborear cada momento? ¿Qué tan difícil sería sentir la frescura de Las Violetas en nuestro corazón, día tras día, hora tras hora?.
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Giuli Canosa
como dice Fito Páez: "Hay cosas que te ayudan a vivir, no hacías otra cosa que escribir".
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