La terraza siempre fue mi lugar favorito del edificio. Me ofrecí a regar las plantas para tener una excusa para estar por un largo rato allí.
Ver la ciudad desde allí durante la noche era increíble. Me daba una sensación de paz que muy pocas veces encontraba en mi día a día. La vista, la brisa suave, todo era perfecto.
A veces me limitaba a observar todo en silencio. Otras veces llevaba mis auriculares y escuchaba mis canciones favoritas.
A veces me hacía sentir muy bien, y otras terminaba con una angustia indescriptible.
Pero así era yo. Pasaba de un extremo al otro. O me hacía bien, o me hacía mal. Quizás todo al mismo tiempo. Nunca nada tenía el mismo efecto sobre mí. Ni yo sabía qué esperar de mí misma.
Decidí llevar registro de aquellos momentos en la terraza. Tenía una pequeña libreta que hice una de esas veces donde me encontraba aburrida en mi habitación. Lo bueno era que pude reciclar papel para hacer algo con lo que entretenerme.
Empecé a tener esa libreta conmigo todo el tiempo. A veces dibujaba lo que veía. Otras veces escribía cómo me sentía. Y luego sólo garabateaba sin sentido. Era un caos. Como yo.
Era todo tan raro.
Después de respirar profundo y relajarme con la vista, saqué la libreta de mi mochila. Estuve unos segundos buscando el lápiz negro. Era pequeño y se escondía muy bien.
Puse la fecha en la esquina derecha. Luego escribí debajo cómo me sentía esa vez: vacío.
No era la primera vez que me pasaba. Esa sensación de un vacío. La vista es hermosa, y hay tanta paz, que termina por sentirse un intenso vacío. En la ciudad que veo a lo lejos todos se encuentran inmersos en sus tareas del día a día, persiguiendo objetivos. Yo estoy fuera de eso. Estoy en una burbuja, donde no veo más allá que la próxima semana. Vivo a corto plazo.
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