Creo en todo lo que tenga con entereza,
la capacidad de salvarme.
Lo dije entre alientos luciferinos,
y flagelé a mis labios,
los estremecí cuando blasfemaba,
y su sabor no hay cielo que lo porte.
Mi ángel, obligado estás en mis aposentos,
a escuchar mi lenguaje culto.
A mi carne le resulta tortuosa
la amargura de no creerse devota,
no hay manos que ahorquen mis rezos,
ni humanidad que se ahogue en mis cenizas.
¿Es fácil salvarme, querubín que habitas los cielos?
Desde tu remanso, hasta en el más extasiado infierno,
se ha oído a mi religión silenciosa retumbar
en el ruido que violenta a los credos de mi alma.
Me eterniza, mi ángel, lo que alimenta mi morbo poético,
me salvará antes la sombra de Lucifer,
que la mentira que adoctrina mis labios.
No solo me enseñes a besar lo pulcro,
dame de beber del cáliz, de la boca de una musa;
en las puertas que me purgan,
en el arte que salva mis creencias.
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