Los mosquitos han sido mas ligeros que mi sueño y me devoraron durante la noche sin que lo notara. Vos a mi lado dormías: también sin enterarte de la escena. Entregadas ambas a la seguridad íntima de la cama que compartimos. Una cama que flota en el borde del tiempo y el espacio, que se abre paso en dimensiones desconocidas, oníricas, para trasportarnos hacia ningún lugar. Vos y tu apuesta a otra relación que no me perturba en lo más mínimo, no podría exigirte nada. Tampoco quiero estar en ese lugar, estoy simplemente disfrutando con curiosidad inocente este habitar un vinculo tan dialogado, tan cuidado, tan mediado por la ternura. En cámara lenta para ver los detalles, pisar con precaución de no matar de más. La sonrisa que se me dibuja en la cara por mirarte no es otra cosa que síntoma de amor. Los nervios también. Amor que no pretende mas que compartir aunque sea 5 minutos para fumarse un puchito juntas. Si eso es lo que me podes dar y nada más durante décadas, le hago un cuenco con mis manos para arrumarlo en un rincón de mi pecho y atesorar ese momento para siempre.
Mi sueño es ligero porque no llego a fin de mes, por la idea de no llegar a ser lo que quiero en esta única vida. Entregarle mi tiempo al arte por sobre todas las cosas en este mundo hostil que nos habita. Pero cuando dormía los sueños me hablaron de una eterna carrera, la pista llegaba al horizonte. Vos te ibas corriendo para otro lado. Nosotras jugamos con el tiempo porque sabemos que no existe, los caminos se tocaron y se tocaran porque todo circula. Al costado de la pista, en una mesa con mantel rojo a cuadros, una familia come: sus rostros cambian de forma todo el tiempo, la mujer tiene el cabello rojo rizado largo y usa gafas para el sol, su vestido es rojo como el mantel pero sin cuadros y sus manos aparecen desde atrás, desde un arbusto, para hacerse enormes y saludar con los dedos colocados en la santa trinidad: anular y meñique doblados. El perro tiene 4 colas y es amarillo, no se entiende si esta cansado de tanto calor o tiene rabia, pero parece no tener importancia. El día está espléndido, el sol brilla sobre los vasos de vidrio, es un picnic organizado en el patio. Lentamente caigo hacia atrás y vuelve la vigilia.
Es domingo a las diez de la mañana y el desayuno es cosa seria. Me di vuelta para abrazarte fuerte por si era la ultima vez que estabamos así, tan epidérmicas. Te di un beso en la oreja, en el cuello, en el hombro y volví a apoyar la cabeza sobre la almohada. Te convertí en colchón un ratito antes de que te despiertes. A vos te daba miedo no se qué cosa, no lo entendi ni nos entendimos; a veces pienso que los sacás en la conversación armando un discurso sobre expectativas que a mi ni se me ocurrieron, y me doy cuenta que te cuidas a vos misma. Agradezco siempre el diálogo porque jamás pesa. La soledad que cuaja detrás, flotando en la nuca, nos espera y podemos encontrarla tan facilmente en un volantazo que te mentís es para salvarte la vida y volver a estar con ella. Hay volantazos que sí, que realmente salvan. Deseo con el fervor de mi pecho que el volantazo que vas a dar te reubique donde te sentís más plena, más a gusto. Te sigo deseando y nos seguiremos encontrando sólo para amarnos en ese momento y nada más. Y a mí pocas cosas me generan tanta felicidad.
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Rocío Giménez Ferradás
Hola! Soy dibujante pero las palabras son un jardin en el que refugio el pensar
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