Me siento en otra silla, separada del resto —por decisión propia— y escucho los ruidos de los demás comiendo. El perro, encerrado para que no moleste, ladra igual. Yo escribo, buscando escapar de los sonidos insoportables que escucho desde temprano.
El perro no se cansa; la música, en vez de distraerme, solo intensifica mis pensamientos y el dolor de cabeza. Quisiera poder apagar todo: dejar de oír, dejar de pensar, irme lejos. No a mi casa —porque tampoco me da paz—, sino a algún lugar donde no haya nadie, donde no se escuche nada. Ni ladridos, ni voces, ni mis propios pensamientos.
Las personas hablan ignorándome, como si yo no estuviera ahí, tecleando en silencio. Para los adultos mayores que vienen de visita parezco una maleducada; para los que viven en esta casa, una persona que vuelve a buscar tranquilidad después de lo mismo de siempre. Pero el perro no ayuda. Estar acá no me sirve. Solo quiero irme.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión