Fuimos serviles a la maquinaria,
aquella que siempre nos despreció.
Al ritmo de su vaivén, convenció a más de la mitad
ahora con un nuevo nombre, con un nuevo apodo,
pero que sigue utilizando los mismos engranajes;
fue traída desde tierras que poco se parecen a la nuestra
y que, alguna vez, supieron ultrajarnos.
Aquí está, puesta en marcha.
Aquí está, usando nuestras manos.
Aquí está, moviendo piezas; sin oponentes.
Nuestra sangre es su combustible,
y el pasado que en ella corre, hoy es olvido.
A sus operarios no les interesamos,
nos miran, desde arriba de la máquina, frívolos;
nos saben útiles sólo para su cometido. Negados.
Los más grandes fueron los primeros en la línea;
conocida usura, hace más fácil
su conversión en simple desecho.
Los jóvenes cayeron en sus movimientos engañosos,
les prometió que algún día podrían operarla;
les prometió mientras gasta sus cuerpos,
consume su ímpetu.
Fomenta diatribas a mansalva
contra todo lo que se declare no-máquina,
y enaltece sus mecanismos, sacraliza los números, fustiga lo común.
El ciclo se repetirá hasta que nosotros,
los desgraciados, le pongamos fin.
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