...
No quiero.
Morir es revolucionario en el mundo de los inmortales. Así, el cielo prometido, eternidad mediante, ha de ser un lugar insoportable. Y pretender huir de ello, inevitable.
Dios no lo entiende así, y promete un destino insoslayable. Una dicha obligada. Un deleite, que es su sola presencia, delicioso e inagotable.
Creer eso es inocencia de la humanidad que ni a sí misma se conoce.
Ningún placer puede resultar, en permanente satisfacción, disfrutable.
¿Y que más ofrece el paraíso?
Daría igual.
Solo dejar de ser es lo preciso, pues siendo, todo acaba en hastío.
Y si es que no fuera así, y el gozo de Dios nunca cansara, sería porque el Ser humano habría mutado de sustancia. Así, el ser que fuimos no sería, y entonces, cualquier cosa cabe.
Quizás no se me entienda, porque quizás, no sepa yo explicarme.
Lo bueno, si breve...
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