Empieza a escribir gratis en quadernoEsther Saavedra U.
Alguien me susurró que enamorarse es un acto de autodestrucción,
que, aunque entregues hasta la última gota de ti, el amor deja un vacío,
una estela de lágrimas que acarician tus mejillas.
Dicen que nos enamoramos para llenar un abismo,
para buscar al héroe que imaginamos de niñas.
Tal vez sea eso el amor,
pero yo, con terquedad de hierro, me entrego sin reservas, hasta quedar exhausta.
Lucho por esa sonrisa,
aunque la sombra de la duda me siga,
sintiendo que no soy suficiente.
Dejo atrás mis sueños, mis metas,
me culpo en silencio,
quizás esperando ser perfecta como las demás,
con la esperanza de que algún día no me arrepienta.
Lloro, luego sonrío,
y mis cicatrices son testigos de un amor no correspondido.
Soy tan necia que no veo el daño,
quizás busco el cariño perdido,
y en mi inmadurez, me pregunto:
¿Quién arrancará las espinas de mi alma?
¿Quién cargará con este peso?
A veces, en la ilusión del principio,
pinto mi mundo sin ver quién está a mi lado,
y al despertar, todo se desvanece:
mentiras dulces, promesas huecas,
sueños que dependen de uno.
Mi mente, en la soledad de la noche, me dice:
“Si dejaras de buscar fuera, todo cambiaría.”
Pero mi terquedad no me deja escuchar,
y sigo mirando a la luna,
poniendo en pedestal a quien no lo sabe.
Eso me pasa por mentirme,
por no amarme primero,
por buscar sanar con otro lo que sólo yo puedo curar.
Al final, anhelo amar,
pero con la promesa de ser feliz conmigo misma,
y si la vida me juega sucio,
al menos aprenderé a ser mía,
antes de ser de alguien más.
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