Puedo no solo suponer que te fascina articular tus justificaciones prolijamente; de esa forma, no importa más que el cómo decís las cosas para serte la garantía que precisa tu vida, tu hermosa vida, para ni siquiera tener que reparar en las contrapartes. Es así que amo verte ganar cada discusión más allá del sentido, de si tenés o no razón, de si te quiero u odio en el preciso instante en que, de todas formas, la verdad se moldea a tus palabras. Y no sé si incluso a tu voz. De alguna forma la persuade para contarle las cosas más perversas, las articulaciones y los artilugios de tu única e incomparable expresión de la existencia. De la forma más simple posible, tenés razón. Y no me queda más que acobachar la cabeza, o volver a mis escritos redundantes, a todo el refugio que evite una guerra imposible de pelear. Dónde queda el honor y la virtud de quien tira su espada al suelo? Me consuelo en creer que es en el hecho de no enfrentarte, de no exponerse a verse superado por veintisiete francos a la vez.
¿Cómo podrías pelear veintisiete instancias en una? Yo no dejo de admirarte hoy que te levantaste del café para ir a oler las flores, y pienso en que ya perdí ayer y sigo sin ganas de hablarte, y en cuánto me florecerán las ganas cuando necesariamente te piense por todas partes, la paradoja de la presencia constante. Me acuerdo cuando te la conté con todos mis aires de grandeza, vestido de un traje que ni siquiera me queda, perfumado con olores dulces, descritos con veinticuatro cosas (podrías ganárles facilmente) que son inchequeables que estén. Y te la quise traducir desde mis aires con algún vientito que supuse podría caerte mejor. Me ignoraste por completo, me regalaste tu perfil mientras con tus manos, ambas a la vez, abrazabas la taza y la golpeabas con tus largas uñas violetas. Mirabas los autos, los perros, las bolsas, las viejas y el cruce del tren. Y yo esperaba respuesta mientras el viento se llevaba el ondulado que habías dejado suelto, que habías librado de la tensión de la colita marrón que tenías en el pelo, probablemente para ganarte el tiempo, para lo que fuese, mientras los primitivos hombres por instinto nos perderíamos mirando. Entonces, recobrar las instancias costaría algunos minutos; sin embargo, no se reanudarían las escenas hasta que, por algún hecho fortuito, las retomes, las siguieses escribiendo por más que fuesen mis hojas y no las tuyas.
—Qué cosa hermosa la muerte —dijiste—, qué cosa hermosa la muerte —y retumbó en el tren que pasaba, probablemente el mismo que había sido demorado la semana pasada donde se había suicidado el viejo. En esta misma estación, en esta misma cuadra, y probablemente en estas mismas horas. Ahora soy yo quien tengo que retomarme y extiendo mi mano hasta la oración más lejana, la traigo, intento retomar la idea. Qué hermosa la muerte —dijiste— porque irías a constatarla; es donde uno contempla detenidamente a la vida. Callaste. - Ya conozco todo el tema de la presencia constante, de verte por todas partes, de no saber cómo ponerle nombre a todo lo que hubiese querido… Y trasciende a la muerte, sirve para todo tipo de ausencia.
El silencio quedó en medio de los dos, sentenciado por tus últimas palabras. ¿Cómo explicarle con aires de grandeza a quien vive tan decente la vida, tanto como para poder escribirla sin ningún tipo de correlato, tan solo dedicada a vivirla y a oler las flores? Recursos de anclaje impensados para obligar necesariamente a pensarte a destiempo. Entonces ahora me entiendo en el momento en que no estés, acá, por lo menos. Y voy a pensar cómo seguramente andarás por el centro, por la florería que te encanta, oliendo las flores con un dejo de estació porque el paso del tren las tiñe de alguna precisa forma que las hace diferentes del resto. Lo comprobé: podés diferenciar las flores de la estación Acasuso entre siete flores de distintas florerías, con ocho quizás te complico. Entonces andarás por el centro, seguro buscándole el alma a un tachero, o probando tus teorías absurdas e infundadas, como que cuando más gordo es el florista, más perfumadas sus flores son.
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