VÃctimas de las altas temperaturas del verano, con los pies descalzos, después de sumergirnos en el agua, caÃmos en aquella tierra fértil, consumidos por un erotismo mÃtico recorrimos cada espacio de nuestra piel húmeda, danzamos hasta caer en el placer errático.
Caricias, piel contra piel, sus senos desnudos que juguetearon en mi pecho, nuestros cuerpos encajando a la perfección, corrompido por el dulzor de sus labios que me asfixiaronen un placer fugitivo.
Toqué el cielo en cada caricia y al probae aquel fruto, supe que me habÃa consagrado en santo pecado. Su cereza dulce, que exprimà con mis dedos hasta hacerla regocijarse y mientras disfrutaba del glorioso sonido que emanaban sus labios.
Me enamoré perdidamente de ella y durante todo el verano compartÃamos una intimidad divina, que trastocó mi sensibilidad humana y me hizo regocijar en los mares del amor.
El verano culminó y consigo aquella pasión furtiva, sabÃa que ya no habrÃan miradas cómplices, sonrisas tÃmidas, abrazos a la media noche, escapadas al lago, amaneceres y lo que más me dolió, ya no estarÃa ella.
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