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    Verano

    Gustavo

    Mar 17, 2025

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    Verano
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    Fruncía el ceño porque el sol le daba en la cara. El sonido del mar servía como un calmante. El sabor de la cerveza en la lengua. La sal acumulada en las cejas. Era verano. 

    –Pásame las gafas, porfa–

    Su espalda al sol. Su sonrisa al ver que no estaba dormida. Sus manos. Sus manos pasándole las gafas. 

    –Aquí tienes, cariño–

    La vida en la ciudad hacía crecer las ansias por la llegada de julio. Los últimos meses los habían pasado trabajando en la agencia en la que se conocieron. Clientes. Proyectos. Reuniones. El jefe. Los compañeros de trabajo. “Quiero que llegue el verano”. 

    El día que Ana vio a Luis por primera vez fue en septiembre del año pasado. Era alto. Tenía gafas y una sonrisa que la cautivó desde ese encuentro en el ascensor. Ella había comenzado en la agencia esa semana. El trabajo prometía. El sueldo estaba bien, no era genial, cubría los gastos. Era la primera vez que trabajaba en algo relacionado con lo que había estudiado. Era su primera semana y había pasado todos los almuerzos sola, leyendo. 

    – ¿Tú eres Ana, verdad?–

    El día que Luis vio por primera vez a Ana fue en septiembre del año pasado. Era muy guapa. Tenía unos pendientes en forma de argolla y la mirada centrada en una edición antigua de Luces de Bohemia. Él llevaba un año y medio en la agencia. El trabajo iba bien. No tenía un sueldo genial, pero cubría los gastos. Había elegido el puesto porque no encontraba nada en su área. En el tiempo que llevaba, no se había interesado por nadie de la oficina, hasta que vio a Ana, dos días antes del ascensor, almorzando en la cafetería. 

    –Sí– sonrió– ¿y tú?–

    –Yo me llamo Luis– dijo devolviéndole la sonrisa.

    Desde ese entonces, pasaban juntos los almuerzos. Cine. Literatura. Música. Historias de la infancia. “Mis padres se divorciaron cuando era pequeña” , “Cuando cumplí 7 mi abuela me regaló un gatete, no recuerdo estar más contento que en ese momento”. Las conversaciones encontraron un espacio en su rutina. El día a día en la oficina ahora tenía una nueva ilusión: estar juntos. 

    Los almuerzos se convirtieron en “¿quedamos a tomarnos algo esta tarde?” y en “abrieron hoy la exposición de arte que querías ver, ¿vamos?”. Citas. Paseos. Cervezas. Conocer al grupo de amigos. Despertar abrazados en la cama. Poco a poco fueron surgiendo los planes de verano y un finde en la playa se marcó en el calendario. Él tenía un amigo que vivía cerca de la costa, ella tenía un coche para ir juntos. 

    Luis había tenido dos relaciones serias. Una larga y otra corta. Un amor adolescente y otro al finalizar la carrera. Ambas relaciones habían comenzado por las razones equivocadas.

    La primera, por presión grupal: “Tío, Luis, Clara está buenísima y me dijo un pajarito que le gustas”. Y así era, compartieron una intensidad propia del amor a los dieciséis años, donde la novedad protagonizaba la relación y la costumbre era una expectativa de futuro. Sin embargo, la relación cayó en picado al tercer año, cuando las conversaciones se convirtieron en silencios y la pasión pasó a ser rutinaria. 

    La segunda comenzó por soledad. Luis había pasado toda la carrera centrado en sus estudios y sus amigos, que con los meses encontraron más tiempo para sus parejas y menos para él. ”Joder perdón, es que ya quedé con Luisa para ir al cine”.  Así que comenzó a salir con Marta. Marta y Luis no tenían nada en común. Él fumaba, ella no. Marta vino, Luis cerveza. “Uf es que a mí solo me gustan las pelis ligeras”. “La tortilla es siempre sin cebolla”. “Quiero tener tres hijos”, “Yo no quiero ninguno”. A los cuatro meses lo dejaron, escondiendo sus diferencias bajo discursos de crecimiento personal y el confort de pensar: “Si estamos dispuestos a estar juntos, nos encontraremos”. No se vieron más nunca. 

    Ana había tenido una relación seria. Larga. Un amor adolescente que se extendió hasta la universidad. Al principio hubo amor, al final simplemente estaban cómodos. 

    Se conocieron en el instituto. Coincidieron por primera vez en un programa de literatura que animaba a los alumnos a escribir y analizar piezas de la literatura española. Él le escribió un poema que leyó frente a todos. Ella se sonrojó y decidió ese día que se casaría con él. Ambos se integraron como piezas del tetris en la vida del otro. Cenas con la familia. Planes de San Valentín. Papelitos en los amigos invisibles de los respectivos grupos. Citas en museos. Musas en los textos de cada uno. 

    El día que Ana se dio cuenta de que las cosas no estaban funcionando, fue en su cumpleaños, al entender que no tenía amigos que invitar. Su vida era Pedro. Escribía sobre él. Planificaba en torno a él. Dejó de conocerse por conocerlo mejor a él. Pasó una semana entera llorando cuando lo dejaron en diciembre de primero de carrera. Prometió darse un tiempo para ella. Pedro comenzó el segundo cuatrimestre con zapatos nuevos que le regalaron por navidad. Un nuevo perfume. Inscrito en el teórico para el carnet y una nueva novia menor que él. 

    –Déjame la crema que te la pongo en la espalda–

    –Ay, ahora no que estoy cómoda– 

    –Venga va, que te vas a poner toda roja y después me lo reprochas– 

    Ella sonrió, le pasó la crema y se rindió ante su insistencia. Sus manos en su espalda. La crema fría refrescándola del calor. La sal en las cejas. Un beso en sus labios. El mar como calmante. Lejos del trabajo. Lejos de la ciudad. Lejos de Pedro, Marta y Clara. Se conocían. Se querían. Era verano.

    El día que Ana conoció a los padres de Luis llevaba un vestido azul marino con puntitos blancos. Iban a comer en su casa a las afueras. Cocinaba el padre. La madre se encargaba de las bebidas. Ana llevó una botella de vino. Luis le dijo que no hacía falta. Hablaron toda la noche. Cómo se habían conocido. Cuánto tiempo llevaban. Qué hacían los padres de Ana. “Son profesores de universidad” dijo sonriendo. Qué planes tenían para el futuro. “¿Van a casarse?”, “Mamá ¡por favor!”. Risas. Buena comida. Buena bebida. “Qué guapa estás”, “estoy tan contenta”.

    El día que Luis conoció a los padres de Ana llevaba un polo verde que guardaba para ocasiones especiales. Iban a comer en un restaurante. A sus padres nunca les gustó cocinar. Luis llevó noticias sobre su familia, su hermana que vivía fuera estaba embarazada. Ana compartió su emoción. Hablaron toda la noche. Cómo se habían conocido. Cuánto tiempo llevaban. Qué hacían los padres de Luis. “Mi padre es ingeniero civil y mi madre es enfermera” dijo sonriendo. Qué planes tenían para el futuro. “¿Te va bien en el trabajo?”, “Papá ¡por favor!”. Risas. Buena comida. Buena bebida. “Les caíste genial”, “Y ellos a mí, cariño”.

    –Vamos al agua–

    –Vale venga, pero échale un ojo a las cosas– 

    –El último en llegar al agua invita las cervezas– 

    –Ana, eso no vale, tu eres más rápida– 

    –Preparados, listos…¡fuera!– 

    –Joder con esta tía–

    Finalizado el verano ambos volvieron a sus puestos en la oficina. Se reinstauraron los almuerzos en la cafetería y las citas por la ciudad. Paseos por el parque. Noches de teatro. Peli y manta en casa. “Vamos a mudarnos juntos”. Búsquedas de piso. Cuentas de dinero. Frustración compartida por los precios del alquiler. “Ese me gusta  porque tiene más luz”, “A mi me matan los techos altos del otro”. Compromiso en los deseos individuales. Disfrute de los deseos comunes. “Vamos a ver este que tiene buena pinta”. Miradas de ilusión. Gestos de afirmación. Mudanza en octubre. 

    La convivencia trajo nuevas maneras de compartir. Un espacio. Una cama. La comida. La compra. El baño. Un piso. Una ciudad. Él fuma, ella se toma su café por la mañana. Ella lee un artículo sobre el auge del facismo en la Europa moderna y él lee una novela sobre la cotidianidad y el amor de pareja en la ciudad. Él deja listos los almuerzos, ella se encarga de la cena. Nadie quiere lavar los platos. Ambos lo hacen. Ella encontró espacio para sí misma en la relación, él ya no se sentía solo. Estaban contentos, juntos, separados, en sus espacios compartidos, en sus espacios distanciados. 

    Las hojas de la ciudad empezaron a tornarse naranja. Llegó el viento. Las rebecas. Ni frio, ni calor. Planes en casa. Planes en la calle. Quitarse la bufanda. Acostumbrarse a las capas. “¿Vienes a una cafetería con mis amigos?”, “Vamos a hacer un maratón de pelis de miedo”. Era otoño. 

    Los jefes de la oficina no estarían encantados con la idea de que fueran pareja. La normativa de la empresa no permitía que dos personas de su departamento estuvieran juntas. Al principio hicieron un esfuerzo más activo por esconderlo. El inicio de la relación. La ilusión. El vacío que se crea en el estómago al pensar en esa persona. Lo excitante de mantenerlo en secreto. “Será como un juego”. Pero a éste punto se habían cansado de jugar a Romeo y Julieta. La mayor parte de sus compañeros lo sabían. “Seguro que los jefes no dirán nada”, “Sí, nadie le hace caso a esas normas”. 

    En una de las ocasiones que tuvieron una conversación al respecto Luis dio por sentado que, en caso de que los jefes se enterasen, Ana se sacrificaría por el equipo y renunciaría. “Yo llevo más tiempo en la empresa”. Ella estaba ilusionada con el trabajo, era la primera vez que trabajaba en su área. Él cambió de tema cuando se lo mencionó. 

    –Luis, cariño, te pedí ayer que quitaras la ropa del tendedero–

    –Sí, perdón, es que me puse con este juego nuevo y se me pasó. Lo hago luego–

    –Nada, tranquilo, ya lo hago yo–

    Contras de Luis: 

    • ¡El desorden!

    • Puede ser condescendiente 

    • Siento que no tengo espacio 

    • “Yo llevo más tiempo en la empresa” 

    • No quiere tener hijos 

    • Creo que ya no le quiero…

    –Ana ¿dónde estás? Te estoy esperando en la plaza–

    –¡Mierda! Lo siento, se me pasó por completo–

    –Amor, mira que te avisé y dije que lo anotaras. Encima no me lo coges la primera vez que te llamo–

    –Me estaba duchando. Joder, lo siento, sabes la semana que he tenido– 

    Contras de Ana: 

    • Nunca es puntual 

    • No se puede ganar con ella, siempre tiene que tener la razón

    • A veces siento que no me quiere en su espacio

    • No estaría dispuesta a cambiarse del trabajo 

    • Quiere tener hijos 

    • Creo que ya no la quiero…

    Cuando se conocieron, aseguraron que nunca serían de esas parejas que discuten por todo. “Seremos distintos”, “Lo haremos a nuestra manera”. Juraron nunca perder lo que tenían en común y se prometieron hacer lo posible por comunicarse cualquier inconveniente. “Yo llevo más tiempo en la empresa”, “Ya, pero es que este puesto me gusta mucho”. Silencio. El desorden. La impuntualidad. La condescendencia. La razón. Hijos. Padres. Familia. Futuro. El piso. “Hubiese preferido el que tenía mejor luz”, “El de los techos altos era mejor”. Seremos distintos. Siempre será verano. 

    Pero llegó el invierno y la ropa de frío se quedó en las maletas. Se sumó la de verano. Aparecieron las cajas de cartón, la cinta adhesiva, los camiones. “Ya encontré un piso nuevo”, “Creo que me quedaré un tiempo con mis padres”. Verse desde las esquinas. La incomodidad de esos días antes de la mudanza. Hablar las cosas por vigésima vez. “Es que esto ya no es una relación normal”, “Dijimos que seríamos distintos”. Lágrimas. Gritos. “Perdón”. Un abrazo. El último. 

    El día que lo dejaron, Ana lloró toda la tarde. Se fue a casa de sus padres. Se pidió tres días del trabajo. No quería verle. Ninguno había hecho nada malo. Ninguno había hecho nada bien. Lo sintió todo, hasta que no sintió nada. Decidió cortarse el pelo. Abrió Linkedin. Renunció al trabajo. 

    El día que lo dejaron, Luis no lloró hasta estar solo. Encontró otro piso. No faltó ni un día al trabajo. Tenía esperanzas de verla. Ninguno había hecho nada malo. Ninguno había hecho nada bien. Hizo lo posible por no sentir nada, pero lo sintió todo. Adoptó un perro. Abrió Linkedin. Renunció al trabajo. 

    –¡Qué cómoda estoy en la arena! No me quiero mover nunca–

    –No nos movamos nunca–

    –¿Y qué pasa con la ciudad?, ¿el trabajo?, ¿tu familia?–

    –¡Eso da igual! Estamos juntos, estamos aquí. Es verano– 

    –Ya, ojala siempre fuera verano– 

    Gustavo

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