Cuando la luz muere,
no es muerte, sino alquimia silenciosa,
el telón que se cierra es un umbral,
una grieta en el tiempo donde renace la llama.
Camino un mapa tejido en sombras y memoria,
las calles no solo susurran, gritan en lenguas antiguas,
ese barrio es la piel que me cobija y me libera,
el eco primigenio de un latido que nunca cesó.
Volver no es regresar,
es desandar el vértigo para encontrar el centro,
es fundirse con el fuego que quedó dormido,
es beber del río que no se detiene, y aún así, me lleva.
Soy la huella y el caminante,
el horizonte que me espera y la tierra que sostengo,
en este instante la casa es un espejo fractal,
y yo, un peregrino desnudando el tiempo,
entendiendo que el adiós es sólo el nombre del abrazo más profundo.
Que esta tenue luz sea el pulso de un corazón que no olvida,
que en cada sombra florezca la certeza del cambio,
que este regreso sea un incendio de agua,
y que el camino, por fin, sea mi hogar.
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