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¿Vale la pena pagar ese precio?

Sep 15, 2025

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 ¿Vale la pena pagar ese precio?
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Hace unos días, en Mendoza, una niña llevó un arma a la escuela. El hecho sacudió a la comunidad y a los medios, que una vez más buscaron causas inmediatas: la familia, la seguridad, la salud mental, la escuela. Pero, como señala la psicóloga Alicia Stolkiner, hay un aspecto silenciado que merece atención: el significado subjetivo de tener un arma en la mano.

El arma no es solo un objeto. Es un símbolo, una extensión del cuerpo, un significante cargado de sentido en la cultura contemporánea. Lo que nos produce tener un arma en la mano no es neutral. Nadie es insensible a un arma. Porque porta poder. Porque produce una fantasía de dominio. Porque modifica la percepción de uno mismo y del otro.

Y no se trata solo de una vivencia individual. Es una experiencia profundamente cultural y política.

En la cultura estadounidense —tan influyente en nuestros consumos, estéticas e imaginarios—, portar un arma es casi un acto fundacional de ciudadanía. La Segunda Enmienda no es solo un derecho legal, es un mito político. En nombre de esa “libertad”, se han tolerado y justificado tiroteos escolares, asesinatos masivos y muertes absurdas. El argumento es escalofriante: “vale la pena pagar ese precio” con tal de no renunciar a portar un arma.

Hace poco, el influencer trumpista que había dicho exactamente eso tras el tiroteo de Nashville —que la muerte de niños era un precio razonable por el derecho a portar armas— fue asesinado... con un arma. La lógica circular de la violencia no perdona a nadie. El arma no protege; perpetúa la amenaza.

Pero la pregunta es: ¿esa lógica nos resulta ajena? Argentina no es Estados Unidos, pero el clima político actual nos empuja peligrosamente hacia esa dirección. El gobierno ha promovido la tenencia privada de armas con un discurso que asocia defensa propia con libertad individual. En ese gesto se borra lo más importante: el rol del Estado como garante de la vida, no como facilitador de la autodefensa armada.

Cuando una niña lleva un arma a la escuela, no es un caso aislado. Es un síntoma. Nos habla de cómo el poder se representa en los cuerpos y en los objetos. Nos habla del lugar de la violencia como forma de afirmación. Nos habla, también, de un vacío simbólico en el que el arma aparece como respuesta: al miedo, al abandono, a la falta de palabra.

A veces los varones viven el arma como una prolongación del cuerpo. Las mujeres, como un escudo ante la vulnerabilidad. En ambos casos, el arma aparece como respuesta a una herida. Pero una herida que la cultura no sabe nombrar ni cuidar, entonces se arma. Literal y simbólicamente.

La pregunta final no es solo si vale la pena pagar ese precio. La pregunta es:

¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo si ese precio se vuelve aceptable?

Yuliana Davico

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