Poco se habla de las despedidas sin villanos.
Donde nadie gritó, nadie traicionó, nadie quemó.
Donde el final no llegó por un golpe,
sino por el contradictorio movimiento de un remo.
Ese movimiento tranquilo pero firme,
que avanza aunque parezca retroceder, que corta el agua sin herirla
y te lleva, inevitablemente, a otras orillas.
Yo quise ayudarte a remar,
pero empezamos a mover los brazos en sentidos contrarios.
No hubo tormenta, no nos hundimos,
nuestro barco estaba bien construido.
Solo que un día entendimos
que no siempre tiene que romperse lo que se suelta.
Solté los remos.
Dejé que la corriente hablara.
Con miedo, muchísimo,
pero confiando en que el agua , que siempre guarda recuerdos
sabrá cómo llevarlos sin borrarlos
y dejarme, algún día,
en un lugar donde duela menos mirarlos
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