Vainilla, miel y coco.

Hoy olí tu perfume.

No es que lo hice intencionalmente, no soy lo suficientemente masoquista. Me llegó de casualidad. Iba en el tren, siguiendo la corriente de la rutina, casi que sin darme cuenta realmente de lo que estaba haciendo. Mi cuerpo iba solo y mi mente, bueno, un poco también.

Pero olí tu perfume de casualidad porque alguna señora de por ahí lo habrá usado sin saber que, justo ESE, era el único olor que puede hacer que una simple chica, que nada tiene que ver en su vida, salga de su cabeza a ver en dónde estaba parada. Quizás para buscar esperanzada entre la gente un indicio de ESA persona. O en su defecto, adentrarse más en su cabeza llena de espirales de los mismos recuerdos que se reproducen una y otra vez, recuerdos con olor a vainilla, miel y coco. Tus recuerdos con tu olor.

Recuerdos que me acechan hasta por las noches cuando me venís a visitar y protagonizas los sueños más bonitos creados por mi estúpida y terca inconsciencia, que está empecinada con que sigas siendo mi amor.

Sueños que me apuñalan a la mañana siguiente, cuando me doy cuenta que no son reales, que ese universo no existe más allá del interior de mis párpados. Me apuñalan cuando me doy cuenta que antes existía ese universo para las dos y solo hacía falta construirlo.

Hubiera dado mi vida por verlo crecer, por vernos crecer juntas. Hubiera dado mi vida por hacer que te quedes a intentar amarme por siempre.

Ahora solo me queda recordar esa sonrisa, el sonido especial que hacía tu risa cuando el chiste salía de mi boca, tu forma de tocarme, tan suave, como si estuviera por partirme en mil pedazos, y todas las veces que me tocó despertar al lado tuyo, lo más cerca que estuve de ver un ángel.

Ahora, lo más cerca que te voy a sentir va a ser en el momento en el que una señora cualquiera elija, de casualidad una mañana, oler a vainilla, miel y coco, y pasearse, así como si nada, por el tren en un día rutinario cualquiera.