En el fondo de una botella, encontré a un amigo que me escuchaba sin juzgar.
No hablaba, no ofrecía consuelo.
Sólo estaba allí, reflejando mi desolación,
mientras el líquido se evaporaba lentamente, como mis esperanzas.
Las noches se deshacen en una tristeza densa,
cada sorbo una repetición de la soledad que conozco tan bien.
Los pensamientos, ahogados en el fondo oscuro,
se vuelven murmullos inaudibles, apenas perceptibles.
Me pregunto si este amigo de cristal entiende
el peso de la angustia que se asienta en mi pecho,
o si simplemente sirve como un recordatorio mudo
de que, incluso en la compañía más silenciosa,
la soledad sigue siendo una verdad irrefutable.
El tiempo pasa, y el amigo en la botella permanece,
silencioso y constante,
mientras yo me pierdo en el abismo de mis propios pensamientos,
buscando algo, cualquier cosa, que alivie esta dolorosa espera.

Mateo Gonzalez
Trabajo día a día para que el mundo sea un poco más justo, más empático y más tolerante, y prometo hacerlo hasta mí última bocanada de aire.
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