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    Vaciar la casa-infancia

    May 27, 2025

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    Vaciar la casa-infancia
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    «Nadie nos prepara para vaciar la casa de nuestra infancia».

    Lo he leído esta mañana. Era una reflexión acerca de despedir a los padres. Acerca de quedarse huérfano. Y sí, hablaba de una casa física. Concretamente, de vaciar esa casa en la que creciste entre los brazos de quien te cuidó y te sostuvo. Una edificio lleno de recuerdos, de olores, de sabores, de estampados, de gestos, de rostros, de manías familiares.

    Que hay algo devastador en ordenar lo que queda cuando ya todos se han ido.

    Pero, ¿y si esa casa no existe?

    La infancia que no tiene lugar ni espacio y apenas es un montón de recuerdos mezclados con fantasías que nadie sabe aterrizar porque nadie supo que estabas ahí. Sí. Hay infancias que no pueden vaciarse porque nunca tuvieron un lugar al que pertenecer.

    Porque no hubo una casa, sino habitaciones cambiantes, techos temporales, rutinas interrumpidas y despedidas que no se anunciaron nunca. Y cuando muere quien habitaba alguna de las habitaciones que recorriste en algún momento, no tienes lugar que convertir en altar ni monumento. No hay marcos de puertas ni gotelé ni humedades sin arreglar.

    La pequeña presencia es la que debe adaptarse, hacerse invisible.

    Siempre hay algo de amor, o algo que quiere parecerlo. Ternura a cuentagotas, a la que le temes porque no sabes si es cierta o una trampa. Y hay gestos buenos que llegan como treguas. Pero también hay palabras que se clavan y que permanecen en ti. Con eso toca eso toca construir la casa.

    Alguien no llega. Alguien se va. Alguien te pide que no digas nada. Nada se mide en juguetes, vacaciones ni en cumpleaños, sino en el tiempo que pasa entre las tormentas.

    De esa casa no hay muebles que vaciar ni fotografías que rescatar.

    No hay llaves que devolver, ni luces que apagar. Porque aprendiste que lo único que podía salvarte era dejar de vivir allí dentro. Porque aunque esa casa no existió como lugar, existe todavía como herida. La voz interior que a veces repite lo que escuchaste de niña. Un miedo antiguo que se despierta cuando todo parece estar bien, porque el peligro llegaba.

    Tarde o temprano. Siempre llegaba.

    Esa infancia sin casa todavía sigue buscando cómo narrarse. Todavía pide pausas para comprender. Intenta rellenar espacios, vacíos en negro, con cosas que tal vez ocurrieron, que tal vez no. Todavía vuelve de la nada y arrastra todo lo que encuentra. Coletazos cada vez más predecibles, más controlables, pero persistentes.

    No todos tenemos casas que vaciar, o brazos que sostuvieron un cuerpo pequeño. No queda rastro de sabores o de olores ni de estampados. Algunas casas no-casas de nuestras infancias están llenas de otras cosas, de otros objetos.

    Nadie te prepara para abandonar esa casa. Para poner un pie fuera y vivir una vida en el exterior. Para eso tampoco hay instrucciones ni entrenamiento.

    Mireia Ferrero Casellas

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