Ya habito un sacro cadáver de un desconocido.
Los órganos tiemblan, parecen gusanos en mi interior.
El tiempo recorre mi cuello colgado como un rosario,
la sangre aterciopelada me inunda la boca,
los párpados sofocan los ojos que se incineran
frente a verdades que no pude reconocer.
No puedo más que ser parte de esta impureza,
congelado y hervido ante la carga de un mismo espectro superior.
Ya mis manos no tienen tacto, mi lengua no traza,
mi rostro es un garabato incoloro,
cristales de pecados incrustados en mi piel.
He aquí la magnificencia derrumbada entre algodones,
vencida por un vago temor que recorre los huesos,
costeando el desierto de no ser para no doler más.
Pero toda sensación persiste aún:
náuseas y estremecimientos, las lágrimas frías,
ahora ligeras y sin tristeza, el frivolo abismo a mi alrededor,
suspiros sin razón, cólera sin injusticia,
el corazón latiendo a ciento treinta pero sin amor,
el dolor de la traición sin aliados.
Aún quedan recuerdos, y con ellos,
la nostalgia de luces encendidas en una casa en silencio,
un mantel inmaculado entre alaridos,
otras palmas impresas sobre mi cuerpo.
Ahora sé que puedo ver mis cicatrices,
el vértigo de mis dedos al rozar el vacío frente a mis ojos,
la tensión de las articulaciones frente a la desazón,
tus muecas tristes previas al llanto.
Me consumi entre lo que fui y lo que hoy no soy,
y ya sin ilusiones no encuentro tranquilidad.
He borrado todo lo que me hacía humano,
hoy ya sé que seré otro espectro errante,
en un limbo privado rodeado de personas.
En cuanto cedí mi deseo, me volví inútil,
no solo para ellos, sino también hacia mí.
Necesito apuñalar mi pecho y liberar esta tortura,
que la noche cese con sus temblores,
que la nieve deje de teñirse de rojo y las sirenas enmudezcan.
Quiero sentir la mueca en mis labios previa a un honesto llanto,
que las lágrimas vuelvan a pesar sobre mis mejillas,
que el suelo y el cielo me puedan soportar.
Volver a ser más que solo ausencias,
volver a ser más que solo una sombra,
volver a la desesperación y la angustia,
a buscar tus rastros al despertar,
al terrible verdor del césped,
a la plenitud del otoño,
a poder aceptar, vivir sin valor.
Pero necesito dejar de ser
esta laguna somnolienta.
No me molestará tensarme por el dolor,
ni oblicuarme por tu razón.
Necesito encontrar redención,
rectificar este camino,
enmendarme con ellos,
aun si no lo merezca.
Ya te pagué mis males,
sin embargo, no ha valido la pena.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión