...
Todo... y nada.
Hay un hombre en alguna parte, da igual donde. Ese hombre tiene lo que quiere, cuando quiere, como quiere. Mil casas enormes. Y podría tener mil más. Un millón de coches de las más altas gamas. Y podría tener un millón más. Aviones. Yates. Trasatlánticos, sí, también tiene portaaviones y grandes estadios de fútbol. Teatros, cines. El Vaticano es suyo. Y el Museo de El Prado. La muralla china le pertenece. Y ayer compró la Luna. Nadie sabe a quien porque nadie sabía que tuviera dueño, pero ahora, ese hombre es el propietario del satélite natural ( también es dueño de los otros, los artificiales. Pura calderilla). Para el resto de planetas del Sistema Solar e incluso para hacerse con el mismo Sol hace falta, por lo que se sabe, mucho papeleo, pero solo es cuestión de tiempo.
Hay un hombre así en algún lugar y ya no sabe que más comprar... la Vía Lactea, el entero Universo.
Ese hombre, en algún lugar, duerme cada noche en la misma cama. A la mañana caga en el mismo retrete y desayuna el mismo café descafeinado. Y una magdalena. Ese hombre sabe que le sobra todo, incluso la magdalena. Y sabe que hay mucha gente que no tiene ni para un café aguado.
Él, dueño de todo porque así lo ha decidido, no necesita comer más, ni tener más camas, ni más agua que los demás. Podría vivir con tan poco como cualquiera, pero se cree con derecho a privar de eso, el pan y el agua, a sus congéneres, simplemente porque quiere y puede.
Porque es legal.
Sí, es dueño también de los Gobiernos que hacen las leyes. Dueño de las policías y de los jueces. De los ejércitos.
Y, evidentemente, el único modo de tenerlo todo, es que los demás no tengan nada.
¿Quién es ese hombre?
El Hombre.
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