Capítulo 3.
Me siento ansioso. Tras intentar entablar una conversación con Juliana, la maestra de literatura, durante toda la semana, hoy me he decidido a proponerle una salida a un café. Me impresiona su belleza: sus ojos hazel, que intimidan mi alma y la examinan con cada vistazo; su pelo perfectamente liso y castaño; y su agradable sonrisa. Es carismática. Dudo que rechace mi petición. Pero, al sobrepensar tanto la secuencia, me entran dudas y, de repente, me urge vomitar. No puedo imaginarme un rechazo. Jamás me ha pasado esa situación y, claro está, hace bastantes años que no invito a salir a alguien. Siempre algo me detiene: el hecho de idealizar a las mujeres con las que hablo e imaginarme todos los escenarios posibles apenas al conocerlas. Esto termina por sabotear la construcción de una posible relación. No sé por qué lo hago; quizás el miedo de comprometerme, o tal vez, la necesidad de imaginar un final para ahorrarme una dolorosa espera o ruptura. Necesito estar preparado, incluso si la consecuencia de ello es no empezar nunca algo. Simplemente lo necesito.
Me acerqué tímidamente en el descanso y la saludé. Ella, con su típica sonrisa, me devolvió el saludo. Tras una trivial conversación, agarré coraje y pregunté: —¿Estás libre hoy a la tarde?— Pregunté y sentí la necesidad de borrarme del mundo. —Sí, ¿por qué la pregunta? Siento que me querés sugerir algo…— Me respondió con un tono brevemente sarcástico y sorpresivo. —Te preguntaba para ver si querías ir a tomar un café conmigo—. En ese momento ya me sentía cómodo; de repente, toda necesidad de desaparecer y correr se esfumó. —¡Lo sabía! Jaja, por supuesto que me gustaría, ¿a qué hora me pasas a buscar?—, yo, avergonzado, no poseo vehículo porque me parece un gasto innecesario, le respondí—. Es complicado que te busque, no tengo vehículo— y me reí para aliviar tensiones. —No hay problema, iremos a pie, ¿me imagino que accedes a caminar conmigo?— Su tono desafiante me tensó; no supe qué responder y solo asentí con la cabeza y finalicé mencionándole que a las 5 de la tarde pasaría a buscarla a su apartamento. Siento que di la impresión de alguien tímido, introvertido. Ese no era mi objetivo. Pero me resulta extraño conocer a alguien a mi edad, sobre todo cuando tenía asumido que mi destino sería la soledad. Pienso en el motivo por el que me acerqué a ella. No encuentro respuestas lógicas, lo cual me inquieta porque generalmente suelo hallarlas. De todas maneras, un compromiso es irrevocable.
Camino al apartamento de Juliana, pensé en todas las conversaciones posibles para no quedarme en silencio y generarle algún tipo de incomodidad. Ante esta situación, me encuentro en mi adolescencia, asistiendo a un examen sin haber estudiado y repitiendo los apuntes que tomé de clases antes de entrar a rendir. Me siento tonto y nostálgico. El clima es ideal, un cielo cubierto de nubes amarronadas y frío. Perfecto para beber café y fumar. Espero que no le moleste cuando saque mi cigarrillo. Espero que nos sentemos afuera. Espero que le guste cómo soy.
Le avisé que me encontraba abajo de su departamento. Salió. Un bello vestido floreado y sin maquillaje alguno. Contemplé su belleza natural unos segundos antes de saludarla. Me gusta capturar estos primeros encuentros; soy consciente de que luego se convertirán en recuerdos. Nos saludamos y empezamos a caminar a un paso lento por un parque. Hablamos de cosas meramente absurdas, las clases, los alumnos, nuestro almuerzo del día de hoy. Estaba preparando la conversación profunda para la hora del café. Llegamos y nos sentamos afuera. Por suerte, Juliana es fumadora. Me agrada.
La conversación se tornó algo monótona y aburrida, y le pregunté por qué eligió ser maestra y de literatura. Ella empezó a contarme toda su vida en resumidas cuentas, algo que me fascinó. Me habló de su infancia, su afición por los libros literarios, y la inculcación de la enseñanza por parte de sus padres, que eran profesores de matemática ambos. Mientras me contaba eso, veía sus expresiones, lo cómoda que se sentía platicando de ello, y lo feliz y apasionada que se veía. Cuando me pidió que le contara mi historia, le respondí que no era mi pasión la historia en sí, sino más bien la educación. A lo que ella me preguntó: —¿Por qué la enseñanza?—, dejándome descolocado. Respondí que era mi manera de contribuir a una sociedad; que, en cierto punto, me sentía complacido de ayudar a los jóvenes en su aprendizaje de su propia historia, para que supiesen de dónde vienen y por qué las cosas son de esta manera en el presente actual. Ella quedó conforme con mi respuesta, lo percibí, y me sentí aún más cómodo en el encuentro.
Volvimos del café y la acompañé hasta su apartamento, por suerte vivimos ambos cerca. En el camino, me cuestionó por qué me acerqué a ella. Pensé en mi respuesta, sintiéndome a prueba. Me sinceré. Le expliqué que me encontraba atormentado durante las noches por no tener con quién compartir mis pensamientos que brotaban de mí y no los podía soltar. Ella me retrucó, preguntándome en qué me atormentaba tanto. Como vi que estábamos a escasos metros de su apartamento, le respondí que aquello era una historia larga y que no teníamos tiempo para tal diálogo. Ella sonrió. Yo sonreí. De verdad, su sonrisa es hermosa. Nos despedimos, y sugirió que nos encontráramos el fin de semana para ir a algún bar o a caminar por el parque, algo que evidentemente acepté. Me interesa ella; me despierta una intriga de saber quién es y qué piensa. Evidentemente, fue un encuentro superficial; no pude conocer en profundidad a Juliana, pero su presencia me dotó de un sentimiento que no sentía hace años. Un pequeño cosquilleo que solo finaliza al momento de chocar mi mejilla con la suya. Trataré de no pensar en un futuro con o sin ella. Esta vez no me quiero sabotear. Quiero construir. Al menos intentarlo.
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