Uno siempre quiere lo mejor para las personas que quiere. El problema es cuando lo que uno cree que es lo mejor, no es lo que esa persona quiere para su vida.
Hace no mucho, el título universitario abría puertas y garantizaba acceso al mercado laboral. Podrá mucha gente comprender que cuando un hijo o hija decidía entonces dejar su carrera o no estudiar nada, los padres no comprendieran esa decisión e incluso intentaran luchar contra ella, creyendo que su fin era legítimo: "lo mejor para sus hijos".
Mi situación es absolutamente nada que ver, pero en un punto siento que conecta. Si uno le pregunta a la mayor parte de la población -o por lo menos la que vive en grandes ciudades- muy posiblemente sostenga que vivir en la Ciudad de Buenos Aires o adyacentes es ideal para desarrollarse profesionalmente, crecer, tener oportunidades,la mejor educación, el mejor sistema de salud, etc, etc, etc.
Dentro de ese contexto, yo decidí mudarme al interior. Un pueblo. La primera reacción de las personas que me querían, salvo algunas excepciones, fue pésima. Todos, consciente o inconscientemente, intentaron cambiar mi decisión: que el viaje, la ruta, tu desarrollo laboral, las oportunidades de crecimiento, los amigos.
Primero, creo que un poco por la opinión del resto y por mi crianza, me resistía a muchas cosas: me mudo, pero cuando tenga hijos vuelvo a Capital porque allá la educación es mejor; me mudo, pero todos los fines de semana viajo; me mudo, pero...
Hoy, puedo decir que soy súper feliz. Tengo mi casa, mucho más grande que el monoambiente que tenía en Capital; trabajo con el rayo de sol del otoño; camino sola a la noche sin ningún tipo de miedo; incluso pienso en lo lindo que sería que mis hijos crecieran acá.
Con el paso del tiempo, mi familia y amigos aceptaron mi decisión. Sin embargo, no la apoyan -o yo siento que no la apoyan-. Y no creo que sea conscientemente -o por ahí sí-. Sus comentarios a mi proyecto de vida siempre incluyen una pizca de "si querés volver" o "ah, al final te vas a quedar un montón de tiempo". Ni que hablar de que no me visitan nunca. La excusa es la distancia, pero después los ves hacer cada cosa... En el fondo, para mi es porque no terminan de comprenderlo.
La cuestión es que, muchas veces, las personas que queremos son felices con proyectos de vida distintos a los que soñamos o imaginamos para ellos. Y estamos tan aferrados a lo que creemos que les haría feliz, que se nos pasa por alto disfrutar y compartir su felicidad.
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