Una partecita de un duelo

Hace diez días salí a caminar, de un impulso me fui a su casa. No sabía a que iba, no había un objetivo ni un plan.

¿Qué haces? ¿A qué vas? ¿Qué querés?

Quería un cierre, darle el gusto a mi cabeza para que olvide de una vez por todas.

¿Cuál era el plan? No sé, quería verla a los ojos y leer esa mirada. Quiero la certeza del rechazo una y otra vez.

Quería abrazarla e irme. Me imaginaba que ese abrazo era el símbolo del olvido. El arranque de vivir sin el pesar de extrañar.

Pero claro, había una trampa. En un recóndito lugar, por minúsculo que sea o por lo escondido que estaba, existía la utopía. La esperanza de que al vernos sea un recomienzo y no un fin.

Identifiqué eso y me sentí traicionado por el inconsciente. Ya tenía asumido y aceptado que todo terminó pero quería... ... ... No sé que quería.

Siempre creí que al miedo hay que enfrentarlo para sacarselo de encima, quizás, algo de eso tenía que ver.

Si está el auto, toco timbre, pensaba mientras caminaba con sol, con frío, mosquitos y con un paro vigente en contra de la crueldad. Entrando a la crisis de los 40 caminaba, queriendo rescatar algo de un tiempo que se esfumó, que no supe manejar, ni supe estar. Me maldigo y denigro, imagino que ya conoció muchísimos candidatos mejores que yo. Me enoja. Me enoja.

Que no me elija. Me enojo conmigo que no puedo olvidar, sacarme esta mochila de pesadilla. Harto de mi.

Ví su auto. Me paré en su puerta. Me temblaba todo el cuerpo. Toqué timbre.

Le escribí diciendole que estaba abajo y lo borré a los 2 minutos. Quizás este su auto pero ella no. Y si no está, quién la pasó a buscar? Un novio? Su hermana? Y si ella estaba, pero estaba con alguien?

De verdad que me odio.

Me volví.