Las paredes huelen a humo.
Las figuras sin rostro
beben mentiras como agua.
Vos, sentada frente a mí,
desnuda.
Esta vez, te olvidaste la armadura.
Empiezo la charla con un chiste amargo,
porque aún no sé abrazar el dolor que me habita.
Entonces te digo:
“no te preocupes, el karma me alcanzó”
Como si dejara caer en tu regazo
un pedazo de justicia,
una certeza que para vos no existe.
Porque sé que tu deseo
jamás se demoró demasiado
en la sombra de mi martirio.
Alcanzas mi mano sobre la mesa.
Tu piel arrastra calma.
Mis dedos, en cambio, queman
condenados a no poder sostener el amor que me dabas.
Vos hoy lloras por ella.
Yo lloro
por haber llegado tarde
a todos los universos
donde alguna vez me amaste.
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