mobile isologo
buscar...

Una página al día sobre algo que no sé qué es

Oct 11, 2024

96
Empieza a escribir gratis en quaderno

En todos mis defectos me encuentro y en todas mis virtudes exagero. Cuando hago cosas buenas pienso que las hago para que vean lo buena que soy y, cuando debo hacer algo que no es bueno, me doy cuenta de que, algo de bondad, debo tener porque no me nace hacer el daño y me hace sentir mal causarlo. 

Pero el egoísmo existe, en el interior de uno, y cuando hacemos cosas que no queremos hacer, o no hacemos cosas que queremos hacer, por el bien de los demás, esa sensación de sacrificio nos demuestra que no somos tan buenos como nos mostramos porque albergamos esa emoción diabólica en la que deseamos estar, o no estar, haciendo algo. 

Si tuviera que decidir si soy buena o mala persona nunca buscaría en el interior de mi ser, buscaría en las experiencias y recomendaciones ajenas, pues yo soy incapaz de considerarme una buena persona. Soy incapaz de sentir que mis talentos me pertenecen y que mis virtudes existen. Solo puedo pensar, y eso lo hago de forma compulsiva, que miento, engaño, que tengo a todo el mundo engañado, porque mis buenos actos son una especie de performance para demostrar al mundo que merezco amor, cariño y hasta halagos. 

Da igual, la gente dice que soy buena. 

Yo no lo sé. 

También dicen que se me da bien escribir y en mi fuero interno pienso que es cierto pero me siento arrogante cuando trato de verbalizarlo, así que solamente digo algo así como: tú que me lees con buenos ojos, tú que me quieres, ¿qué me vas a decir?

Mi sueño, en esta vida, no es otro que el de tener mucho, mucho dinero, para no tener que preocuparme jamás por el dinero. Y una vez tenga mucho, mucho dinero, comprar con ese dinero todo el tiempo. Y con todo ese tiempo poder ver, vivir, y sentir el mundo. Pasar tiempo con los míos, tener un hogar que me permita respirar aire limpio, desde el que pueda ver el mar cuando quiera y en el que refugiarme a escribir horas y horas, a leer horas y horas. Y tal vez un caballo. Me gustaría tener un caballo. Y me gustaría poder ir al cine, al teatro y a la ópera cuanto quisiera, y al ballet. Y también viajar. Y ver lugares de esos que te hacen sentir pequeño y te demuestran que cualquier otra forma de pasar por la Tierra que no sea haciendo lo que te hace feliz, es desaprovechar una vida. La mierda, claro está, es que sin dinero y sin tiempo uno no puede dedicarse a hacer lo que a uno le hace feliz y acabas pasando tus años haciendo cosas que te hacen infeliz a cambio de obtener el suficiente dinero como para seguir sobreviviendo y así seguir haciendo esas cosas que te hacen infeliz hasta que, finalmente, se termine tu viaje y tu paso por la vida. 

Cuando fui a Jordania estaba de vacaciones. Fue una semana. Un pequeño lapso de tiempo en  medio de mis obligaciones. Vivía en pareja. Salía de casa pronto por la mañana, los días que no teletrabaja (tres días de la semana iba a la oficina) y cuando terminaba de trabajar volvía a casa. En esa época había dejado de escribir, de leer y de estudiar. No hacía más que trabajar, a veces deporte y dedicarle tiempo y atención a mi pareja. Desaparecí de mi propia vida, de mi campo de visión. En esa época estaba triste. Muy triste. A veces no era consciente de lo triste que estaba, otras veces lo era demasiado. Lloraba. A veces lloraba y mi pareja se frustraba. Nunca fue muy dada a saber consolar, a saber qué decir. Tampoco toleraba demasiado lo que le perturbaba la calma así que, en realidad, mi pesar era un problema y traté también de borrarlo de nuestro campo de visión. 

Pero tomé unas vacaciones. Con mi familia y con la que era mi pareja. Una semana en que visitamos Jerusalén, Belén y luego Petra. Me gustó Jordania.Odié Israel. Sentí algo extraño al otro lado del muro con Palestina. Fue antes de todo lo que ha estado sucediendo, pero después de todo lo que realmente lleva sucediendo décadas. No quiero parecer neutral, fui a ese viaje porque mi madre quería y porque la forma en que me dijeron: “puede que no te guste el destino, pero ten la mente abierta”, me hizo sentir mal. Nunca he querido parecer una persona intransigente ni radical, ni poco sensata. Creo que es un estado ilegítimo, pero Jerusalén existe y me apetecía, en realidad, pisar tierra santa. No soy creyente, pero tengo esta obsesión casi enfermiza con lo que concierne a las religiones. Y el misterio de la iglesia en particular es algo que me fascina. El olor a capilla me hace sentir lo que no puedo explicar. Y luego están todas esas religiones que admiro desde la distancia con cierta envidia. Quiero, me gustaría, ser capaz de creer en los espíritus, en las energías, en los dioses y en todo lo sagrado que significa cosas para la gente que cree en ello. 

A veces el concepto de una vida después de la muerte también me consolaría. Otras veces la idea de que seguir existiendo cuando me muera me aterra. La idea de que puedo acabar con mi vida en cualquier momento en el que yo misma lo decida, lejos de perturbarme, me provoca cierta tranquilidad. Que pueda acabar con todo me relaja. Es uno de esos pensamientos que no puedes, sin venir a cuento, compartir. La gente pensaría que debe hacer algo, convencerte de que la vida vale la pena, o se preocuparía lo suficiente para llamar a tus padres y compartirles sus sospechas acerca de cierta conducta suicida. Lo que pasa es que no necesariamente tengo ese pensamiento cuando quiero acabar con mi vida, solo es un flotador cuando mi cabeza hace demasiado ruido. Si en el más allá sigo existiendo, la idea de acabar con todo de un plumazo se desvanece. Así que no sé. No sé si me consuela del todo. 

El caso es que fui a Jordania, aparte de a Jerusalén, y en Jordania fui feliz. Me gustó Jordania. Me gustó Petra, me pareció un poco parque temático y caminé muchísimo, pero me gustó. Y luego fuimos al desierto. Y aunque también fue una cosa breve y más turística que nada, nos subimos a ese  4x4 y recorrimos dunas y formaciones rocosas en las que se habían filmado películas ambientadas en Marte. Odio la Ciencia Ficción así que solo se nombraron películas que yo no he visto y que si he visto he decidido olvidar. 

Pero el cielo era infinito, de un azul infinito, y el desierto se extendía también de forma infinita, de un rojo infinito, y miraba arriba, y miraba alrededor y no había nada. Nada. En algún momento te cruzabas con cuatro tiendas, con beduinos que hacían té, con algún camello. Pero en realidad la vasta mayoría de lo que había era nada. 

Y me sentí pequeña.

Y pensé que los excels, las bases de datos, los e-mails poco claros, las reuniones interminables, la incompetencia de mi jefa, mi salario de mierda, mi vida monótona, mi pesar, mi tristeza, mi inquietud, mi insomnio, mis problemas… Que todo eso no existía. Por unas horas todo eso dejó de tener lugar. Como si fuera absurdo. Como si todo lo que conformaba mi día a día fuera ridículo. ¿Qué importaba mi nómina y mis excels? Ante mí solo infinidad, infinidad infinita. Rojo. Azul. Nada. Gente tomando té. Camellos. Arena. Rocas. Una cueva con algo de agua. Películas que no he visto. Silencio interrumpido por el ruido del motor. Un aire que me azotaba la cara. 

No somos nada.

El día que me muera nadie recordará una sola columna de mis excels, a día de hoy nadie tiene en cuenta lo que hice antes de ayer para el proyecto. Mi trabajo es insignificante. Mis relaciones efímeras. La gente a la que veo todos los días desaparecerá en cuanto yo no trabaje más en esa oficina o en cuanto ellos no trabajen más en esa oficina y lo que es mi vida, mi día a día, se deshará, se desvanecerá, se escurrirá y no existirá más en cuanto tome yo la decisión de cambiar de vida. O de terminar la vida. Y mi paso por el mundo, en algún momento, no será recordado por absolutamente nadie. Y en algún otro momento ni siquiera quedará nadie porque la humanidad se habrá extinguido porque hace nada, hace muy muy poco para el planeta y mucho más poco para el universo, los humanos no existían.Y no pasaba nada. Y algún día dejaremos de existir otra vez. Y tampoco pasará nada. 

No somos tan importantes.

Y, sin embargo, somos lo más importante para nosotros mismos. 

No sé como puedo ser tan poco coherente como para llegar a la conclusión, constantemente, de que somos irrelevantes, de que soy irrelevante, de que da igual, de que ningún problema es suficiente importante, de que en el universo somos invisibles, de que nuestras huellas ni siquiera dejan rastro, de que damos igual. Que la humanidad da igual. Y luego... Luego ver esos ojos, los suyos, y pensar que nada tiene más sentido en el mundo que su existencia. Y que la Tierra sería un lugar mucho más hostil si no hubiera nacido. Y que el amor es lo único que importa. Y que si me quiere, si siento que me quiere y me coge la mano, puedo morirme tranquila, deseo morirme en esa tranquilidad y espero, deseo, que haya una vida más allá de la vida en la que siempre pueda existir, eternamente, sabiendo que existe, que existe y que me elige y que sus ojos me han mirado a mí. 

Entonces me siento ridicula. 

Pero no soy capaz de cambiar de opinión y volver a ser razonable.


Mireia Ferrero Casellas

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión