¿puedo verte un poquito más?

Creo que nunca antes había comprendido al ciento por ciento lo que dicen por ahí: lo que no pueden decir las palabras, lo puede decir la mirada. Y es cierto, este aleteo profundo se ha encargado de confirmarlo por cada vez que he tenido la oportunidad de embelesar estos ojos sin esa necesidad de decir algo. Detrás hay capas de destellos que han despertado, y chocan y se mimetizan, y más brillan cuando a los otros adorados observa. Hay un sinfín de artificios que se disparan como si tuviesen la capacidad de iluminar todo lo que alguna vez yació nublado. Lo considero como un pequeño don que me he obsequiado, o más bien, que he aprendido a tomar como mío en esas instancias cuando de mi boca nada sale y en el paladar se me quedan las mil y cientos de palabras atoradas que quisiera exclamar(le) por segundo.

Pareciera facil para algunos expresarse en su debido modo, hasta simple el poder hablar sin interrupciones de lo que sienten. Yo soy una bomba intermitente, que entre más siento la torpe mudez más me quiere amordazar o tartamuda me pone. Así que para mí, ha sido un maravilloso descubrimiento conocer realmente la sensibilidad que aguardan las miradas y todo lo que pueden grabarse estos marrones explosivos. —Los míos, los suyos— Y así es suficiente. Ahora hasta mi mirada siente, retumba, grita, observa sin temores, demuestra como nunca antes se había atrevido. Me dispuse a abrir estas ventanitas reflectantes a su estado más puro desde que su llegada hizo darme cuenta que incluso hasta esos mínimos silencios son siempre bienvenidos y tan bien apreciados. Veo todo con una claridad emotiva. Lo veo a él, veo todo lo que siempre desee. Veo la transparencia de unos actos, la simplicidad de la cotidianidad. Veo la ternura, veo la calidez de momentos que por más pequeños que sean, se quedan guardados en esta cajita luminosa que vida le ha dado. Lo atesoro, lo protejo para mí. Veo su mirada serena, esa que me transmite tanto como yo lo trato de hacer también. Es un chispazo de emociones que traspasan y se multiplican. Un pestañeo frenético, dos, tres, cuatro infinitos resplandeciendo.

A veces pienso que nos podemos reflejar el uno del otro. Cuando en los ojitos se nota la alegría y la merecida calma. Cuando perdidos, lastimados o tristes están. Cuando la felicidad los achina y una sonrisa los acompaña. Cuando admiran sin vacilación, cuando desean sin desenfreno, cuando al natural jamás se pueden mentir. Cuando se atreven a más, cuando ven aquello que con tanto esfuerzo han podido lograr. Cuando entre los dos se acompañan, se confian y se alientan. Cuando se agradecen, se cobijan y se cuidan hasta sanar toda herida. Cuando erran, cuando tropiezan y se equivocan hasta remediarlo. Cuando se aman locamente, cuando se acarician, cuando se besan y se abrazan hasta fundirse. Cuando tan enamorados y habitados del uno del otro están. Cuando más se (re)conocen en todas sus formas y versiones. Cuando más aprenden a valorarse y todo lo mutuo eclosiona. Cuando sus ojos se complementan como un espejo del alma.