1
Otra vez me encontraba bajando esas benditas escaleras. Cada mañana igual a la otra y cada noche repetía el mismo camino. El día había sido agotador y las personas que me rodeaban me resultaban agobiantes. Mire el celular una vez más y con ese mensaje en mente entre al subte que me devolvería a mi hogar, si así podía llamarle. Una lagrima traicionera rodó por mi mejilla al sentarme. La quite con furia de mi rostro, no tenía por qué sentirme mal. “Pero si tenés tus motivos” dijo una voz ahogada en mi cabeza.
Frustrada conmigo misma me concentré en la ventana, deseando no llegar a ningún lado. Total ya nadie me esperaba.
Ocho estaciones debían pasar para llegar a mi destino y en cada una de ellas más gente se abultaba a mi alrededor. A lo lejos, de un vagón vecino podía escucharse música, una lenta y melodiosa armonía que lograba calmar mi cabeza.
Cerré los ojos, ignorando el ruido ajeno, haciendo oídos sordos a todos los murmullos, a todas las voces, algunas alegres, otras rotas y otras (muchas) palabras vacías. Dejando mis problemas de lado, concentrándome en esa melodía dulce y tranquila. Un sentimiento extraño recorrió mi cuerpo, de pies a cabeza. Como si sintiese...no, no podría ser. Sacudí mi cabeza negando ante aquella idea y continué el viaje como de costumbre.
2
Desperté desganada, como de costumbre. Me embestí en lo primero que encontré sin darle mucha importancia. Oculté mi rostro bajo mi larga cabellera, bajando aquellas conocidas escaleras. Entré al subte haciendo una lista mental de todas las cosas que me quedaban por delante el día de hoy. Y entre mis pensamientos una melodía se hizo presente. Disfruté de mis recuerdos, perdiéndome en aquellas notas. Abrí los ojos nuevamente, y me apresure a salir del vagón antes que las puertas se cerraran. Por primera vez en mucho tiempo, con una sonrisa tirando de mis labios.
Camine las cuadras que me distanciaban del trabajo a paso relajado, teniendo unos minutos de sobra y con un inusual destello de alegría, aproveche a observar mi alrededor. En su mayoría eran edificios, negocios, personas bien vestidas apuradas por llegar a algún lugar, su trabajo, seguro. Es curioso cómo se apresuran tanto para llegar al trabajo, sin ánimo ni emociones en su rostro, y al mismo tiempo lo lento que vuelven a sus casas. Agotados, desganados, tras estar ocho horas en un lugar donde ni siquiera desean estar. Porque al fin y al cabo… es lo que debemos hacer, ¿cierto? No hay espacio para errores, del trabajo depende nuestra vida, ¿qué haríamos sin uno? No sobreviviríamos.
Ya frente al edificio reafirme la idea de que allí es donde debo estar, gracias a este trabajo vivo.
3
Una vez más sentada en el subte retome el camino a casa. A pesar de estar rodeada completamente de personas no me sentía agobiada. No estoy segura de por qué, pero el día de hoy no fue tan devastador anímicamente como los otros.
Nuevamente volví a escuchar esa bella melodía en un vagón vecino. Me permití disfrutarla lo más posible, escuchando cada nota, cada acorde. A esta altura podría afirmar que escuchaba un saxofón y el otro instrumento era...un violín quizás. Una combinación particular que de alguna forma generaba maravillas. La canción llegó a su fin y salí de mi ensoñación solo para encontrarme personas cansadas, con miradas serias y otras pérdidas. Involuntariamente estaba sonriendo, cosa que no me había percatado hasta que un hombre ya mayor me observó como si estuviera loca. ¿Y quien no lo estaría? No es algo usual ver personas sonriendo en un transporte público en plena hora pico después de trabajar ocho horas, con hora y media de viaje para volver a casa. Pero de mi desprendía aquella sonrisa. Todo gracias a esa maravillosa melodía.
4
Baje las escaleras después de un largo día, esta vez con una meta por delante. Iba a encontrar el vagón en el que tocaban los músicos. Quería ver con mis propios ojos cómo era posible que unos simples instrumentos provoquen tantas cosas.
Conseguí un asiento a no más de 8 pasos de distancia de una chica que sostenía un violín y a su lado un alegre chico con su saxofón. Era notoria la diferencia entre ellos y nosotros. Nosotros quienes venimos de aquel trabajo que no deseamos pero necesitamos, irradiamos agotamiento, una sensación de desgano tan intenso que contagia. Mientras que ellos están...relajados, sueltos, como si la vida no les pesase, como si disfrutaran estar allí, en su trabajo. Era evidente, sus rostros los delataban, se veían tan tranquilos y una sencilla sonrisa plasmada en sus caras lo demostraba. Se miraron un segundo y al momento de arrancar el subte, empezaron a tocar.
La realidad es, que la música no es mi especialidad, desde siempre fue puesto frente a mi como algo que “nos distrae de nuestras obligaciones”, inclusive si se trataba solo de escuchar una canción mientras trabajamos. Es por eso que me sorprendió en un principio que una melodía pueda ocasionar tantas cosas en mi.
Pensé que era fascinación a lo desconocido, a lo nuevo. Pero cuanto más escuchaba más lo adoraba, cada acorde tocado con tanta dulzura como firmeza, con tanta dedicación y empeño.
Observo a los chicos y están con los ojos cerrados tocando sus instrumentos. Llegamos a la segunda estación y finalizan con la canción elegida.
Una cantidad incontable de pasajeros bajan del vagón a la vez que otros entran, empujándose sin importarle el otro. Una señora bien arreglada se para cerca de los chicos y una vez acomoda su cartera y anteojos de marca, los mira de arriba a abajo con desprecio.
Una molestia recorrió mi cuerpo, y apareció una sensación, quizás hasta necesidad, de decirle algo a la señora. Me fijé en los chicos quienes al ver el gesto de la señora no hicieron más que sonreírle como respuesta. No fue una sonrisa sarcástica, ni malintencionada, fue sincera. La señora soltó un bufido y miró en otra dirección, mientras por mi parte me reí por lo bajo y continué mi camino a casa.
5
Empezar el día con una sonrisa se convirtió en algo habitual. Al principio era extraño, no me levantaba desganada, me levantaba...bien. No llegaba al punto de despertarme feliz por tener que enfrentar el mundo, pero sí me levantaba con más ánimos de salir a la calle que antes.
Con los días, encontraba pequeñas cosas que no sabía que me podían sacar una sonrisa. Como los niños que vi ayer de camino al trabajo en una competencia de quien saltaba más lejos desde las hamacas. Quienes cuando se cayeron al aterrizar no hicieron más que estallar en una sonora carcajada mientras se apuntaban el uno al otro.
O la escena que vi la semana pasada cuando una pareja iba tomada de la mano bajando las escaleras, las cuales eran parte de mi vida cotidiana, mirándose como si la vida se les fuera en ello. Me permití ser un poco metiche y observarlos mientras ellos estaban en su propia burbuja dentro de este mundo. Se miraban con tanta dulzura, evidenciando la felicidad que un simple hecho como ir juntos de la mano, a quien sabe donde, les provocaba.
De todas formas el principal detonante de mi sonrisa siempre era aquella melodía. Cada día me sentaba en ese vagón para escucharla mejor. Ver el empeño de los chicos valía cada empujón hasta llegar al asiento con mejor vista.
Con el tiempo empecé a colaborar con su trabajo, lo tenían más que merecido. Cada vez que lo hacía ellos me regalaban esa sonrisa sencilla que anhelaba tanto tener. Y que… con el tiempo, logre plasmar en mi rostro cada día.
6
Tengo que admitir que mantener la alegría y energía que logre tener a lo largo de este tiempo, no siempre era posible. Realmente me frustraba, porque si bien amanecía sonriente, siempre había algo que se imponían en el camino de mantenerla hasta fin de día. Que el trabajo era muy exigente, que las personas con las que me relacionaba eran groseras y desconsideradas, que el subte tenía problemas técnicos por lo que llegaba dos horas más tarde a casa.
Es irónico, los días que mantenía la alegría, era mayormente porque me alegraba estar feliz una vez más y eso de alguna forma potenciaba constantemente mi felicidad. Pero cuando un día era malo, cansador, agotador, rutinario, mi mente no hacía mas que castigarme por haber vuelto a viejos hábitos, por no estar feliz como sabía que podía estar.
Esta vez no me moleste en conseguir un asiento cerca de los chicos con sus instrumentos, me conforme con verlos a la distancia de medio vagón.
Tocaron la canción elegida, pero esta vez no lo hicieron con los ojos cerrados. Por lo contrario tenían la mirada un tanto perdida, ida quizás.
La llegada a una estación y el típico fluir de los tantos pasajeros obstruyó mi visión y al volver a ver en su dirección no estaban. Miré por la ventana y los encontré con la mirada baja, dándose un abrazo, como si se sostuvieran para no caer. Supongo que hasta los más alegres pueden tener días malos. Y eso está bien.
Llegué a mi casa, sintiéndome un poco más relajada. Está mal que lo piense, pero verlos no tan alegres como siempre me saco cierta presión de encima. Me liberó de la idea de que siempre tengo que estar feliz, y me sentí cómoda con el ánimo, quizás un poco bajo, que tenía en ese momento.
Por eso en vez de castigarme mentalmente por no estar feliz, me dediqué a hacer de mi malestar algo más ameno, más apacible, más cómodo para convivir. Ya que de todas formas, era nada más que un mal día.
7
Ya a unas cuadras del trabajo, me encontraba apreciando las nubes grises que se asomaban entre los edificios. Delante mío caminaba un hombre casi gritándole al teléfono, quien rechazó “sutilmente”, nótese el sarcasmo, el folleto que un joven ofrecía. Mire con molestia al hombre y agarre el folleto que le habían ofrecido, entregando una sonrisa al joven como agradecimiento.
Una vez sentada en mi escritorio, leí el folleto al tiempo que iniciaba sesión en la computadora laboral.
“La felicidad es una elección. Como el camino que eliges al trabajo, o tomas el subte o tomas el tren. O tomas el andén que te llevará a la felicidad, o tomarás aquel que te llevará al lamento.¿Cuál elegirás?”
Di vuelta el folleto confundida. No decía nada más, no publicitaba ninguna marca. Raro. Pasé el día laboral trabajando y haciendo lo que debía, a pesar de que en algunos momentos el folleto volvía a mi memoria y me desconcentraba considerablemente.
Me puse los auriculares, le di play a mi nueva lista de reproducción, y salí de la oficina. Yo, escuchando música, extraño lo se. Pero desde que los chicos de aquel vagón dejaron de ir a tocar, empecé con esta nueva costumbre. Debo admitir que me descolocó la idea de que no me acompañe aquella melodía camino a casa. De no poder apreciar aquella sonrisa sencilla que tanto significaba, al menos para mi. Pero no por eso iba a dejar mi progreso decaer.
El folleto estuvo en mi mente las ocho estaciones hasta casa. Entre tanto me venían pensamientos como “¿solo hay dos opciones para elegir?”, “¿En serio depende exclusivamente de mí esa decisión? o “Si solo hay dos caminos, significa que si un día comienza mal, seguirá así hasta que me vaya a dormir?”.
Ya sentada en la mesa de la cocina miré una vez más el folleto y un sonoro suspiro dejó mis labios. Lo agarré, lo hice un bollo y lo tiré a la basura. Me encaminé a la ducha pensando en lo relajante que va a ser despejar mi cabeza con un chorro de agua caliente.
Si, la actitud frente al día es una elección, pero no creo que se tenga que elegir uno de dos andenes. Creo que cada día elegimos un vagón en un tren de emociones, y a lo largo del recorrido puede que nos pasemos de un vagón a otro. Encerrarse en la idea de que todo es felicidad o todo es lamento es demasiado extremista.
Por eso mismo boté el folleto. Porque yo elegí cambiarme de vagón aquel día y a pesar de eso hay días buenos y malos. Porque algo tan simple como una melodía puede hacernos cambiar de parecer.
8
Salí de la oficina y crucé la calle hacia la plazoleta. Había tomado esta costumbre hace ya un largo tiempo, un año quizás. Disfrutaba sentarme en un banco que se encontraba al sol y almorzar. No pasaba nada particular en el parque, solo el andar de trabajadores de un lado al otro y algunos niños jugando en los juegos. No sabría explicarlo, pero ese acto tan simple como cruzar la cuadra y almorzar al sol, en vez de quedarme en el comedor junto a mis compañeros y compañeras de trabajo, me relajaba, recargaba mis energías para terminar el día.
Esta vez una música acompañaba mi almuerzo. Un chico sentado en un banco cerca mío tocaba la guitarra. Parecía estar practicando los mismos acordes una y otra vez. Me seguía llamando la atención cómo ahora tenía más oído para la música, pero era lógico luego de haber pasado la mayoría de mis fin de semanas y tiempos libres asistiendo a diversas presentaciones musicales con el fin de escuchar aquellas melodías.
Pasado el día laboral retomé el camino de siempre. Camine delante de un bar, recientemente inaugurado. Dado que cada día veía cómo iban avanzando, se puede decir que lo construyeron bastante rápido. Un cartel colgaba de ambos extremos arriba de la puerta, que decía “Inauguración” decorado con notas musicales. Me detuve brevemente y me decidí por ingresar al local. Estaba muy bien decorado, en las paredes colgaban algunos instrumentos y la amplia barra permitía una buena vista al escenario. Había varias personas dispersas en las mesas, todas mirando al escenario esperando el espectáculo. Tome lugar en la barra y dándole la espalda a aquello que todos ansiaban pedí una bebida para disfrutar el show. Antes de que pudiera darme vuelta, una melodía empezó a sonar, dándome a entender que el espectáculo había comenzado. Estire el dinero al mesero, cuando un saxofón acompañado de un violín empezaron a sonar entonando una canción. Mi brazo se congeló y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Eran ellos y estaban tocando aquella melodía que hace tanto tiempo me maravillo. Observe anonada el show luego de pagar. En serio eran ellos, después de tanto tiempo. Tocaban con el mismo empeño y dedicación, inclusive con los ojos cerrados. La única diferencia evidente en ellos era que esta vez su sonrisa al momento de acabar la canción no era sencilla, era amplia y brillante. Sus ojos destellaban orgullo y felicidad.
-”Buenas noches, decidimos comenzar con esta canción por el gran significado que tiene para nosotros. Fue la primera canción que tocamos juntos hace mucho tiempo en un vagón del subte.- La chica con el violín en mano miró al chico quien la observaba con una sonrisa melancólica.- Estamos felices de estar esta noche con ustedes, aunque de vez en cuando extrañamos aquellas vías con rostros cansados a nuestro alrededor. - Las risas no se hicieron esperar ante su comentario.- Sin más, esperamos que disfruten del show y feliz inauguración”- finalizó la chica mirando al dueño del lugar con una sonrisa. Observó al chico por un segundo y ambos comenzaron con la siguiente canción.
Escuché cada una de las ocho canciones que tocaron, algunas con un gran ritmo, mientras que otras eran más bien lentas y tranquilas. Sin embargo, cada una era una melodía que no hacía más que ensanchar mi sonrisa.
Una vez terminado su repertorio los aplausos no tardaron en aparecer. Aplaudí hasta que no sentí mis manos. Ambos chicos sonrieron al público y se fundieron en un efusivo abrazo. Esta vez ninguno sostenía al otro. Esta vez estaban inmensamente felices. Y esta vez puedo decir que no había un nosotros y un ellos. Porque esta vez estábamos como iguales.
Bren
Bienvenido/a a mi perfil! Desde chica escribo historias cortas sobre la vida y cómo la percibí a lo largo de los años. Espero te guste ❤
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